Lo convincente que siempre resulta
el vacío que propone la derecha


Mientras Francisco De Narváez ensaya reportajes simulando rondas de prensa, Agulla le arma scoutings oratorios a Juan Manuel De la Sota. A la par el procesado Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Mauricio Macri tiene un ejército de profesionales en técnicas de marketing bajo el mando del también procesado Durán Barba con el objeto de diseñar estrategias publicitarias que no sólo impactan en la imagen del candidato, sino además en la “desimagen” de sus adversarios políticos. Que no queden dudas, eso es la derecha. El problema en sí no es lo que hacen estos personajes para tratar de seducir al electorado sino la admisión que hace esa sociedad de dicho formato político. Que no queden dudas, no es un oximoron, este formato apolítico, plagado de “nadas”, ausente de verdades y siniestramente acuarelizado tiene un correlato político claro y contundente: Regresar al modelo neoliberal de la segunda década infame. Muy a pesar del 54% obtenido hace poco más de un año por el kirchnerismo no es descabellado pensar que tal cosa suceda. Aquel modelo tuvo amplia aceptación popular, no observo razones para pensar que ciertos horrores no puedan reiterarse, y más ante la intencional ausencia de historicidad política dentro del debate. Los resultados electorales del 91-93-95-97-99 nos licencian de forma tal no continuar flagelando nuestra memoria analítica. Con respecto a los comicios de 1999, ni la Alianza ni el PJ tuvieron una visión crítica de aquel modelo, la intención fue simplemente retocarlo con cierta dosis de prolijidad. Alguna vez un profesor universitario, militante socialista, me comentó que el progresismo de las clases medias en Argentina llega hasta los límites de la pila de cuarzo del reloj. Vale decir que para estos sectores el entendimiento y la admisión de un modelo integral solidario, alcanza hasta los linderos de sus módicas necesidades cotidianas. Admiran los sistemas educativos y sanitarios de Cuba pero “no me pongas limitaciones a la compra de dólares”. Al mismo tiempo el crecimiento exponencial que tuvo ese horizonte durante la coyuntura (datos del Banco Mundial) hace pensar que dicha lógica de comportamiento nos puede acercar sin estaciones sentipensantes hacia aquellas decisiones del pasado (el precio que tiene la movilidad social cuando se la entiende como concepto individual): La demonización del Estado, la corrupción de la política, el exceso en el gasto público, lo nefasto del asistencialismo, el “todo lo que logré fue debido a mi esfuerzo individual”, el “yo pago mis impuestos” (muy a pesar de la enorme evasión existente), la necesidad de eliminar el sistema de subsidios sin elaborar que dicho sistema impacta directamente en los ingresos reales de todo el conjunto.
Los sectores medios son reacios en la aceptación de ciertos incisos intervensionistas que propone el Estado a favor del colectivo nacional, pero al mismo tiempo exige la excelencia de los servicios básicos (salud, educación, seguridad, transportes).
Resulta bastante contradictoria la percepción de cómo debería ser un orden colectivo.
La derecha, como único argumento seductor, sentencia que el Estado no debe intervenir y que esa intervención conspira en contra de las libertades individuales. Hasta allí llega su propuesta.
Los sectores medios aceptan el convite liberal sin percibir que tras ese discurso sólo tendrán educación, salud, seguridad y transporte aquellos que puedan pagarla. Lamentablemente ese vacío político, bastante antes de lo pensado y deseado, se verá expuesto con toda encarnadura y crudeza cuando en los momentos de crisis muchos de esos actores sociales queden a la vera del camino (2001/2002).
En democracia los deseos colectivos deben respetarse a rajatabla, lo menos que debemos hacer como sociedad es hacernos cargo de esas decisiones. El neoliberalismo no asaltó el poder político como si fuera una banda de estafadores y menos aún lo hizo con violencia práctica, si tal cosa hubiera sucedido válido resultaba combatir en contra de dicha irrupción. Aquí fue peor. Un pueblo eligió, durante más de una década, sin coerciones de ninguna clase y especie, el exterminio social (exclusión: vocablo preferido utilizado como eufemismo) de buena parte de sus compatriotas. Quién es el que divide entonces a la sociedad en estamentos sociales estancos. Lo que no dice la derecha, en el marco de su irrenunciable vacío político, es cómo percibe el dilema de la fuerza laboral. ¿Una desocupación del 20% es algo admisible o inadmisible dentro del esquema neoliberal?. El trabajo, para estos sectores, no constituye un derecho ni nada por el estilo. Es considerado un costo más de producción susceptible de ser ponderado bajo las reglas del mercado. Una desocupación del 20% asegura que no se dispare el valor de la fuerza laboral y además garantiza la inexistencia de conflictos internos ante la posibilidad (ficcional) de oferta permanente. Vale decir, ameseta las aspiraciones y en consecuencia baja un potencial intento de reclamo. Perder el trabajo, en ese contexto, constituye transformarse en excluido estructural. Se me objetará que los sindicatos jamás permitirían tal cosa, pues lamento informar que durante los noventa así lo hicieron debido a que muchos de ellos fueron cooptados al transformarse en empresarios. Esto no es novedoso. Tanto el Ingeniero Álvaro Alsogaray como Domingo Cavallo hablaban sobre la necesidad de mantener dicho número de desocupados a favor de la salud de mercado.
El vacío político de la derecha se reserva para sí intersticios tan solapados como peligrosos. ¿Sabrá la voluntad popular qué hacer al respecto?. En el mientras tanto muy pocos parecen percibir que cuanto más lejos estamos de la política y del Estado menos saludable será la vida para la totalidad del colectivo.












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