Raúl
Alfonsín. A 29 años
A puro
tironeo de miembros se le despedazan sus dichos, acciones y relatos. Cada quién
lo toma para sí con el objeto de adueñarse de su muerte; respeto tardío,
risible si consideramos que terminó sus días como político en medio de un
ostracismo lindante con la deshonra a fuerza de ese juguete rabioso y nefasto
que significó la convertibilidad.
Muchos
años y desdichas hubieron de pasar para que nuestra sociedad se diera cuenta la
soledad que durante aquel tiempo acompañó las convicciones y el enorme coraje
de ese hombre. Ignorado por propios y extraños, se retiró de la vida política
con un magro consenso partidario en detrimento de los triunfantes lápices rojos
de los sectores más conservadores del Radicalismo, y ni que hablar del resto
del campo político.
Raúl
Alfonsín reubica y dignifica al político derrotado. En oportunidades hay
derrotas que nos mejoran a poco de tomar conciencia sobre épicas que en el
mientras tanto no solemos identificar - a días de cumplirse un nuevo aniversario
del fusilamiento del Coronel Manuel Dorrego me resulta imposible no recordar a
otro gran derrotado de nuestra historia -
Con un
tenedor en la mano, acaso con un cuchillo desafilado se le plantó a su propio
frente interno partidario, a los poderes mediáticos y financieros, al clero, a
la cúpula militar, a la corporación sindical -
luego entreguista durante los noventa -, a la Sociedad Rural y a una
clase media intolerante, segmento social que al no cerrarle los números suele
desatender sobre contextos y situaciones límite, pidiendo todos, como colectivo
lapidario, aviesamente su cabeza.
Veintinueve
años después los enemigos de la democracia coinciden en reiterar sus recetas:
mintiendo, judicializando la política, intentando disciplinar a la voluntad
popular. Nunca hay que olvidar que el propio Alfonsín fue acusado de
colectivista, demagogo y corrupto – argumentos recurrentes que solían exponer
tanto la Ucede como el peronismo de derecha desde las liberales tribunas de
Tiempo Nuevo - por su idea de un Estado
presente, por sus políticas sociales a favor de los sectores marginados y por
adherir a la Socialdemocracia dentro del grupo de los seis, coalición
progresista que bien pudo laborar como orgánico factor de contrapoder
internacional, desvanecido tristemente luego del magnicidio del Premier Sueco
Olof Palme (asesinato nunca resuelto).
Es
probable que Néstor Kirchner haya sido injusto con aquel pedido de disculpas en
nombre del Estado Argentino durante el acto inaugural del Museo de la Memoria
en la ex Esma (por lo menos amerita debate más allá de las leyes de obediencia debida y
el punto final) al no darle la debida trascendencia al Juicio a las juntas – me
refiero a la comprensión de los momentos y las complejidades de entonces - pero no es menos cierto que fue este Gobierno
quién lo reinstaló como estadista fundacional, como un genuino e indiscutible
emblema de la democracia popular. Ahora bien, los cobardes, los que decoraron
sus carreras periodísticas prestándole
los micrófonos a los dictadores, los devenidos a demócratas luego de
1983, los que estuvieron de acuerdo con el 2 de Abril, los que silenciaban la
existencia de centros clandestinos de detención, los que deseaban una ley de
autoamnistía, los que en sus tapas blandían la existencia de una suerte la campaña
antiargentina, los argentinos “derechos y humanos”, por Dios les pido,
abstenerse. Hasta los miserables de espíritu deberían guardar cierta
gracilidad.
Sin
duda alguna Raúl Alfonsín es aún el mayor demócrata de nuestra historia, pero
al mismo tiempo fue el más castigado, incluso por los que en la actualidad dicen admirarlo (hasta la misma Carrió lo consideró - o desconsideró - como parte de la vieja política). Nada es casual. Justamente las corporaciones dominantes lo combatían con ventaja por su enorme
respeto a las instituciones; sostener que dentro del orden capitalista el
Estado democrático es la institución más fuerte constituye un argumento falaz,
de soberana ingenuidad si tratamos de no indagar sobre puntuales intereses.
Ayer
domingo Raúl Alfonsín estuvo en la Plaza de Mayo como hace 29 años en el
Cabildo, recordé aquel momento, pletórico de libertad, con mi cabello
extremadamente largo y mi ribete intransigente, entremezclado, feliz; y estuvo
en el recuerdo de los cientos de miles de compatriotas, no tengo dudas. No
existe nadie más acorde, acaso el primer mártir político de nuestras actuales
utopías.
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