Democracia
...por María Zambrano
Si se hubiera de definir la democracia
podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido,
sino exigido, el ser persona.
En la expresión "individuo",
se insinúa siempre una oposición a la sociedad, un antagonismo. La palabra
individuo sugiere lo que hay de irreductible en el hombre concreto individual,
más en sentido un tanto negativo. En cambio, persona incluye al individuo y
además insinúa en la mente algo de positivo, algo irreductible por positivo,
por ser un «más»; no una diferencia, simplemente.
Tal definición no parece responder a las
ideas tradicionales acerca de la democracia, que repiten insistentemente
aquello que está implícito en la significación del término democracia: gobierno
del pueblo, añadiendo para el pueblo y por el pueblo. A primera vista, aun
parece contradecirla. Mas, en realidad ni la niega, ni la ignora; la Implica
porque la trasciende. Pues responde a la situación en que hoy estamos en el
mundo, no ya sólo en Occidente. Y pone de manifiesto lo que estaba contenido
como futuro en el término «democracia». Es la definición que corresponde al
momento actual en que la democracia ha de entrar por fuerza en su realidad,
dejando de ser un ideal o una utopía. ¿Por qué usar el término democracia,
cuando hasta ahora hemos venido hablando de la necesidad de humanizar la sociedad,
del proceso ya en marcha de humanización de la sociedad y por tanto de la
historia? Podríamos seguir hablando de ello y ver en esquema cuál sería el
régimen que sirve a este proceso de humanización creciente en lugar de
retardarlo o erigirse en su enemigo.
Mas, si saltamos de pronto y como sin
preparación debida a usar del término democracia, es porque está ahí, como
enseña a la cual se acogen todos los regímenes que pretenden servir al hombre
en la hora presente. Porque ella constituye como un tribunal o una instancia
ante la cual se justifican, explican, los que quieren servir al progreso,
humano, lo entienden de un modo o de otro y aun sus enemigos. Aquello ante lo
cual, hasta sus adversarios, ha de justificarse con razones o pedirle prestada
su figura para usarla de máscara. Porque es la idea vigente y algo habrá en
ella, pues, que le confiera esta validez. Porque, en efecto, en su tradicional
significado de régimen que sirve al pueblo, hay algo esencialmente
irrenunciable que coincide plenamente con la tesis que venimos señalando, más
que manteniendo - pues se trata de entender, no de defender -. Y entonces, el
definir la democracia en términos distintos de como se ha hecho hasta ahora, se
debe a que ella misma se encuentra en una estación más avanzada que cuando tal
definición surgió. ¿Qué ha significado la palabra pueblo, cuando se comenzó a
hablar de un régimen para él? ¿Qué puede significar ahora? ¿Acaso ya todos no
somos pueblo?
Ha sucedido con la palabra pueblo algo
análogo que con la de individuo. Pues las palabras, sobre todo ciertas palabras
vigentes, no dicen en realidad lo que está contenido en su significación, sino
mucho más. Están cargadas de sentidos diversos, cuya explicitación depende del
momento en que han sido usadas, de cómo y hasta de por quién. De ahí, que
ciertas palabras queden inservibles después del uso inmoderado que de ellas se
ha hecho, o desacreditadas cuando se las emplea para enmascarar fines
inconfesables, o vacías, huecas o gastadas y sin valor como moneda fuera de
curso y sin belleza. Y se ha de reconocer que la palabra pueblo, como la de
individuo, como la de democracia, y aun la de libertad - sin contar otras -,
están amenazadas de que les suceda algo de eso. Mas, ¿con qué sustituirlas?, si
es que no se renuncia o se reniega de lo que ellas significan... Ello proviene
de que se siguen usando en el sentido en que se usaban en una estación anterior
a la nuestra de hoy. Que han quedado superadas por su futuro,‑ por el futuro
que en ellas alentaba. Haría falta entonces para sustituirlas otras palabras
que fuesen el receptáculo de ese futuro por ellas señalado, a través de ellas
abierto. Pero, justamente, el privilegio de algunas de esas palabras es que
contienen un futuro aún no actualizado y cuya superación completa nos es todavía
imposible vislumbrar. Entonces, habrá que dejar que de ellas caiga como camisa
de serpiente, cierto sentido que tuvieron un día para que aparezca al
descubierto el sentido a que apuntaban. Y eso se logra con todas las que hemos
enumerado, con la aparición de una palabra no inédita, por cierto, pero sí más
reciente en esa constelación. De una palabra que ha formado parte de otra
constelación, pues las palabras se reúnen y agrupan en constelaciones como los
astros, pero más movibles que ellos se separan y entran en relación con otras
de las que estuvieran separadas. Y como las constelaciones celestes presiden un
tiempo, una época o una civilización como los signos del zodíaco, según
creencias extendidas en la antigüedad. Es la palabra "persona" la que
hoy viene a integrar la constelación de la palabra democracia, o a la inversa.
Pues el hombre como persona era realidad nueva que a través de la historia se
ha ido descubriendo, poniendo de manifiesto. Y desde ella el concepto de pueblo
y su contrario, el de aristocracia, pierde un tanto su oposición. Pues ser
persona es lo propio de todo hombre previamente a su inclusión en una clase, y
lo más decisivo hoy, lo que más nos importa; aún después de que se gobierne por
el pueblo y para el pueblo, aun después, diríamos, cuando no existan - si es
que esto va a suceder alguna vez - clases sociales.
Y
si alguna vez, realmente, desaparecieran las clases sociales, sólo podría
suceder en virtud de que se hubiese llegado a vivir desde el ser persona del
todo; de que esa realidad de la persona hubiese invadido, por decirlo así, todo
el área de la realidad humana. De no ser así fatalmente las clases nacerán y
renacerán, una y otra vez. Mas, en cambio, si el ser persona es lo que
verdaderamente cuenta, no sería tan nefasto el que hubiese diferentes clases,
pues por encima de su diversidad y aun en ella, sería visible la unidad del ser
persona; de vivir personalmente. Se trata, pues, de que la sociedad sea
adecuada a la persona humana; su espacio adecuado y no su lugar de tortura".
Fuente;
bibliotecaignoria.blospot.com
(María Zambrano Alarcón;
Vélez-Málaga, 1907 - Madrid, 1991) Ensayista y filósofa española. Discípula de
J. Ortega y Gasset, Zubiri y Manuel García Morente, fue una de las figuras
capitales del pensamiento español del siglo XX. Profesora en la Universidad
Complutense de Madrid, se exilió al término de la Guerra Civil y ejerció su
magisterio en universidades de Cuba, México y Puerto Rico. Tras residir en
Francia y Suiza, regresó a España en 1984. Fue galardonada con el premio Príncipe
de Asturias de Comunicación y Humanidades (1981), y el Cervantes (1988). Su
pensamiento, vinculado a las corrientes vitalistas del siglo XX, giró en torno
a la búsqueda de principios morales y formas de conducta que fueran aplicables
a los problemas cotidianos. Su preocupación mística, la forma de abordar los
conflictos éticos, y el estudio de la interrelación entre realidad y verdad,
reclamaban la necesidad de un profundo diálogo entre el ser y su entorno. Para
ella era preciso establecer tres modos de razonamiento: el cotidiano, el
mediador y el poético. Desde este último se aproximó a lo sagrado, el lugar
donde se encuentra la explicación de lo trascendente, la lógica del misterio. En
su amplísima producción destacan: Filosofía y poesía (1939), La
confesión, género literario y método(1943), El
pensamiento vivo de Séneca (1944), La
agonía de Europa (1945), Hacia
un saber sobre el alma(1950), El hombre y lo divino (1955), España,
sueño y verdad (1965), El
sueño creador (1965), La
tumba de Antígona (1967), El
nacimiento. Dos escritos autobiográficos (1981), De la Aurora (1986), Senderos
(1986), Delirio y destino (1988), y Los
sueños y el tiempo (1992),
entre otros.
Comentarios
Publicar un comentario