Grandes Mujeres de la Historia: Eduarda Mansilla



(1834-1892) Escritora viajera entre mundos y lenguas, Eduarda supo reconocer y enriquecer la propia a partir de la mirada comprensiva sobre los otros pueblos.

Corren los años del segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas. Se ha hecho de noche en Buenos Aires y es hora de acostar a los niños. Aquí se trata de dos hermanitos, varón y mujer, que duermen en el mismo cuarto, con las camas decorosamente separadas por una mampara. Dos antiguos esclavos de la casa, el tío Tomás y la tía María, se ocupan de la tarea. Nunca ha sido fácil convencer a los chicos para que se duerman, ni siquiera en tiempos que desconocían las tentaciones televisivas o cibernéticas. La tía María apela a la persuasión de los terrores políticos presentes: “Dormite, dormite hijita, mirá que si no ahí viene Lavalle a comerte”; el tío Tomás prefiere recurrir a la ultratumba, y evoca a los fantasmas que han quedado presos en las mazmorras de la vieja ciudad colonial. Cuando ambos se van, la niña pregunta, como si tal cosa, “–¡Che, Lucio! ¿Estás durmiendo? Yo no he oído nada”. Su hermano mayor, con la cabeza bajo los cobertores, contesta, sin embargo: “–Callate....no hablés, que tengo miedo y me ahogo, y ahora no más entra mamita (esto era lo más temible)”. El niño miedoso de esta anécdota (recogida en sus Memorias por Lucio Victorio Mansilla, el de los indios ranqueles), terminó convertido, muchos años más tarde, en consumado duelista, y construyó con empeño una autoimagen heroica y una brillante literatura por sobre los fantasmas, siempre latentes, de sus angustias infantiles. Su hermana y compañera de cuarto, la valerosa Eduarda, también futura escritora, no lo necesitaba. Nunca temió ni al general Lavalle -ogro de los niños federales, por lo que se ve-, ni a la imponente belleza y firme carácter de Mamita, esto es, doña Agustina Ortiz de Rozas de Mansilla: “–¡Zonzo, flojonazo!–continuaba ella”. Quizá por eso sus libros, que juegan con el miedo y lo desafían, abundan en mujeres de coraje. Como su Lucía Miranda, que -siguiendo el mítico episodio de Ruy Díaz de Guzmán, entonces considerado histórico- llega a las Indias con la expedición de Sebastián Gaboto, desarma las argucias de un hechicero timbú y enfrenta la muerte con ánimo inquebrantable. O Micaela, la madre de Pablo, que marcha sola a Buenos Aires para pedir justicia y evitar que el único de sus hijos que ha sobrevivido a las guerras civiles sea, también, ejecutado. No es casual tampoco que, en El médico de San Luis, su primera novela publicada en 1860, incluya una verdadera proclama a favor de la “autoridad maternal”. No era, por cierto, esa clase de autoridad lo que había faltado en la familia materna de Eduarda Mansilla. Ante su abuela, doña Agustina López de Osornio, se arrodilló para pedir perdón por una falta nada menos que Juan Manuel de Rosas, su hijo mayor, cuando ya era omnímodo Gobernador de Buenos Aires (así lo cuenta Lucio V. en “La madre y el hijo”). Criada en un entorno de mujeres fuertes, con opiniones propias, capaces, algunas (como su tía Encarnación y su prima Manuelita), de una eficaz ingerencia en los asuntos públicos, Eduarda, a diferencia de Victoria Ocampo (con quien tantas otras afinidades tiene, empero), no parece haber padecido mayores “complejos de género”, ni tampoco de “inferioridad geopolítica”. Criolla y cosmopolita, como su hermano Lucio, pudo sentirse tan cómoda en los campos de Buenos Aires como en los salones neo imperiales de París, y logró escribir, desde una novela de costumbres, de innovador lenguaje coloquial (El médico de San Luis), hasta una novela rural argentina en un francés impecable (Pablo, ou la vie dans les Pampas) para que los franceses (y con ellos todos los europeos) comprendieran que la “barbarie” no era privativa de la América del Sur, sino de la condición humana, también en el Viejo Mundo. Polemizó constantemente en sus textos -para desacreditarlas- con las series de oposiciones positivo-negativas “civilización/ barbarie”, “unitarios/ federales”, “ilustrados/ bárbaros”, “europeos/ americanos”, “ciudad/campaña”.

Fuente: Todo es Historia edición Mayo de 2007

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