Miedo a la Democracia



Al parecer son épocas en que un triunfo electoral rotundo se puede transformar en dictadura por simple decisión de la opinión publicada. Es curioso, o no tanto, que tamaño consenso social a favor de un proyecto político inclusivo sea demonizado de tal modo. Llamativamente las políticas exclusivas de los noventa, decisiones que le impusieron a millones de argentinos el más cruel de los ostracismos, nunca tuvieron dicho correlato. Quienes tajantemente determinaron la peor de las suertes de la mayoría de nuestros compatriotas eran vistos como simpáticos corruptos y no como tiránicos déspotas al servicio de los peores instintos. El problema pasaba por la pizza, por el champagne, por la pista de Anillaco y las motos de Carlitos, nada se amplificaba con respecto a  la red de desindustrialización, desocupación y dependencia que aquel sistema político imponía. La participación directa en los beneficios del desguace estatal por parte de las corporaciones y los medios dominantes de entonces hacía imposible la descripción de esos incisos como totalitarios.

Por fuera de las posiciones de los medios dominantes, a veces como adláteres de determinadas políticas y en otras oportunidades como fervientes opositores, ¿es posible qué una porción de la población, supuestamente la más ilustrada, acepte determinadas conceptualizaciones sin percibir tales cuestiones? No me parece. No sólo lo sabe, además lo acepta y lo aprueba. De modo que tratar de fundamentar percepciones políticas, desde la historicidad y la coyuntura, a colectivos que no están interesados en escuchar tales argumentaciones me parece un absurdo.

Luego de la marcha del jueves 13 me atrevía a sentenciar que la protesta (queja para ser precisos) tuvo su basamento en un muy efectivo y efectista sofisma instalado desde el poder comunicacional: El miedo. Para lo cual afirmaba que el miedo a no tener miedo desnaturaliza la argumentación del que se victimiza, de modo que no le queda otra alternativa que inventarla, procrearla y recrearla a través de la propaganda. Quiero tener miedo, me esfuerzo por tenerlo, debido a que esto es lo único que sostiene mi idea de totalitarismo.

En nuestro Pago Chico también se suele declamar, desde la oposición, que el Radicalismo local ejerce el poder con ciertos tintes totalitarios, que no escucha, que no abre el juego político; que el HCD es una simple escribanía, aprovechando sus notorias mayorías, en donde todo proyecto opositor es rechazado y todo proyecto oficialista es aprobado a mano alzada.
Como ferviente opositor al oficialismo gobernante, desde lo ideológico y lo político, lamento desalentar a la oposición. Bajo ningún concepto creo que tamaña demostración de voluntad popular deba ceder espacios compensatorios malversando el programa votado. El proyecto político que encabeza el intendente Zorzano tuvo una adhesión apabullante, de modo que instalar preceptos falsos nada le agregan al debate, no construye sentido inteligente. Jamás aprobaría una marcha que irrespete su investidura democrática y menos aún su persona, (antes que político es persona y nadie merece ser destratado por estar ubicado en las antípodas del pensamiento). Sí marcharía a favor de peticionar sobre cuestiones concretas, con civilidad, dentro del marco democrático, nunca sobre supuestos que deseo creer, siempre sobre la realidad tangible. No niego que es difícil ser opositor en Coronel Dorrego, pero esto no se debe al temor que ejerce el oficialismo sino a las propias conductas sociales, comportamientos que suelen sobredimensionar las posiciones de poder y que involucran alineamientos naturales. Nunca he recibido queja ni persecución política alguna sobre mis opiniones; lo que sí he recibido es la animadversión personal y colectiva de sus seguidores, cuestión que puede traer aparejado circunstancias personales que dificultan la vida pero que de ningún modo lo observo como una política de estado por parte del ejecutivo. Tales o cuales instituciones o individuos o agrupaciones de vecinos cercanos al oficialismo han decidido, en reprobación a mis posturas, apartarme del circuito comercial no ingresando más a mi negocio; evidentemente eso impacta de modo directo con mi calidad de vida debido a que son mayoría; eso no es totalitarismo, eso es pelotudez; y uno en democracia también debe saber convivir republicanamente con dichos comportamientos por más estúpidos que nos parezcan. 

La victimización de las minorías sopretexto de un falso terror le hace tan mal al sistema democrático como creer que esas mayorías por el simple hecho de serlo establecen totalitarismos. Si las decisiones colectivas implican confianzas horizontales deberemos entender que irrespetar esas confianzas es ir en contra de la propia democracia. Bajo ese razonamiento ninguna fuerza política tendría derecho a ejercer sus mayorías si las tuviera. Tendría la obligación de acotar su voluntad política en función de no herir susceptibilidades. Un absurdo por donde se lo mire.

Estamos viviendo una democracia plena; la discusión y el debate es apasionante, resulta imposible esconder bajo la alfombra los conflictos, los deseos individuales, las ambiciones y los posicionamientos corporativos. Nadie es indiscutible, todos somos cuestionados, cosa que me parece formidable. Caídos los velos se hace irremediablemente necesario asumir miserias, avaricias y bondades. Como Kirchnerista tengo varios puntos para cuestionarle al kirchnerismo y no me siento opositor ni nada por el estilo. Siento la necesidad política de manifestarlo dentro del propio espacio, debido a que confío en ese colectivo como motor de revisión y cambio.

No tengo dudas que las marchas del terror continuarán y es probable que potencien su virulencia. Es muy claro que ante la ausencia de oposición política concreta es necesario que el sistema vuele por los aires. Las corporaciones no tienen otra alternativa para mantener sus privilegios que reinsertar la idea del 2001. Nos esperan jornadas más duras aún. Es en estas coyunturas políticas en donde la inteligencia cuenta mucho más que la visceralidad y el entusiasmo, y esto no significa para nada arriar banderas sino simplemente desactivar políticamente todo conato irritativo. 













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