Entre tapas ordinarias se destapan intenciones
y reprimidos deseos
hedonistas
Hace unos días me permitía esbozar, a
propósito de la reforma constitucional y un supuesto intento reeleccionista,
sobre el humano derecho que le asiste a nuestra Presidenta para disfrutar de su
persona por fuera de esa obligación político/partidaria que una porción de la
sociedad le reclama. Me atrevía a soslayar que su hermosa madurez merecía ser
atendida y homenajeada, y que nosotros, como construcción política, debíamos
hacer lo imposible para licenciarle compromisos a favor de su propia
individualidad. Sospecho que tiene harto merecido la tranquilidad de un hogar
distendido luego de la enorme epopeya realizada. Inclusive me entrometía en su
misma privacidad femenina, cuestión que debe entenderse natural y que nos cabe
a todos los mortales.
Pero que va.. La ignominia de los
perversos siempre encuentra simplificaciones vulgares para acceder a
determinadas cuestiones de los peores modos.
Es evidente que Cristina, por múltiples
razones, despierta en el colectivo machista (tanto masculino como femenino) un
sin fin de sensaciones contradictorias. Su belleza, su carisma incuestionable,
su enorme capacidad política, su volumen retórico, su inaccesibilidad, y sobre
todo su poder: el colosal amor que despierta entre las masas más sensibles de
la sociedad, la transforman en un enigma de compleja resolución para los
mediocres mercaderes del averno. Y ese enigma, eso que se eterniza en odio, en materia envilecida,
tiene mucho que ver con el compendio de frustraciones que desde hace años
vienen acumulando en función de tratar de imponer sus propios intereses
corporativos.
Nada más expresivo al respecto que cuatro
ordinarios adoradores de Onán al mando de un tal Tenembaun, desde el multimedio
dominante, menoscabando a una persona del sexo opuesto que ni siquiera, en sus mejores
sueños, podrían alcanzar, suponiendo estar anotados e incluidos en carreras por
demás imaginarias. Ergo. A mi no me calienta Marcela Kloosterboer, como si la
Kloosterboer me estuviese incluyendo en alguna situación especial. Es decir, me
anoto, desde el no, en un sitio al que nunca fui convocado.
Una pequeña dama, sumamente hermosa, les
quita el sueño, despierta sus peores instintos, perversamente transpiran,
pierden el pudor, ellos son los que proyectan, son los que se tocan y se mojan con elixires tintos de odio.
Escuchando y leyendo a algunos ciertamente se desprende una libido
extremadamente reprimida y minusválida. Desearían, como en la antigüedad,
ingresar a la Casa de Gobierno y proceder al saqueo, con todos los incisos
depravados que dichas aventuras incluían.
Demás está decir que Cristina promueve
los sentidos, excita, y lo hace por muchas razones que se unen y se bifurcan,
que se aman y se desprecian al mismo tiempo, pero que todas ellas tienen un
llamativo común denominador: el saberse exiguos e impotentes ante tamaña
construcción humana, inaccesible, poderosa, seductora, muy lejos del alcance de
la barbarie sexista.
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