MUJER EN LA ESQUINA
Santiago Sylvester



De lo que se trata es del intercambio: ella tiene hambre, yo no tengo conocimiento; y si cada uno espera que caiga su ración del cielo, ya podemos despedirnos sin aliviar la carga. Siempre ha habido estos pactos: ella, con un naipe distinto en cada caso, yo eligiendo la carta para ver si acierto; ella, yegua de Parménides llevándome camino arriba, yo olfateando el rastro con precipitación; y así, necesitados ambos de lo que el otro tiene y no guarda para sí, buscamos lo excitable de la especie para alcanzar el peso, la saliva del otro, la célebre unión de las mitades. Ella siempre con historias exitosas (todas tristes), y yo atestiguando lo que he dicho: que si espera en la calle se debe al intercambio, si entra en el bar y llama por teléfono, si disloca hasta morir la mandíbula del alma y se ríe cuando corresponde llorar se debe al intercambio: esas partes separadas en busca de lo mismo. Y es todo lo que sé. Pero ella sabe más: sin salir de la esquina conoce el mar por el tripulante a deshora, el mercado por el olor de una manos, la vaca por el carnicero; y si no quiere ni oír hablar del corazón, acostumbrada como está a la charla, es porque sabe que ahí cruje la madera. El corazón es puro esteticismo.




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