LUEGO DEL DEBATE ENTRE MOCCA Y GARGARELLA, LANATA Y NELSON CASTRO SEMBRARON LA NOCHE DE LUGARES COMUNES
LUEGO DEL DEBATE ENTRE MOCCA Y GARGARELLA, LANATA Y NELSON CASTRO SEMBRARON LA NOCHE DE LUGARES
COMUNES
Empecemos por las
peores para ir luego por las malas.
Tratando de no ser injustos vayamos pausadamente y
con prudencia. En primer lugar no le vamos a exigir a Castro y a Lanata las
construcciones intelectuales que nos pueden ofrecer Mocca y Gargarella. De modo
que vamos a tratar de escindirnos de falaces comparaciones. En segundo término,
para iniciar este breve análisis, me permito recortar una sentencia que
realizara el propio Lanata en plena alocución (aclaro que no es textual): - “Viste
Nelson los números que tenemos de audiencia los Domingos, eso quiere decir que
existe un segmento de la población a la espera que alguna fuerza de oposición
canalice sus visiones” - . La admisión que realizó Jorge de su presente
individual no deja lugar a dudas. Ha dejado de ser periodista tal como dice que
es; en un corto lapso de tiempo, por decisión propia, se ha transformado en
ariete y militante opositor. Y es muy saludable su confesión. De eso hablaba
Cristina en su última cadena nacional. El Gordo boquea indignación, se
victimiza y luego le da la razón con sus propias actitudes. Si bien parte de
una risible superchería al considerar que todos sus televidentes acuerdan con
su línea editorial (en el marco de su soberbia no se permite pensar que una
buena porción de ellos lo observan con espíritu critico para luego refutarle
sus operaciones), bueno es entender la admisión de su rol dentro de la
corporación. Jorge ha decidido laborar como un embudo político a la espera que
algún dirigente opositor aparezca, de manera tal, todo ese cauce supuestamente
homogéneo se manifieste y canalice en una sola dirección, siempre bajo su
tutela y los designios de Magnetto. Lanata admitió saludablemente, a mi
entender, haber votado a Binner, cosa que le costó un año confesar (vaya a
saber las razones de su demora), lo que nos permite inferir que el tipo, como
ariete, les está informando a sus colegas de “bancada” que llegó la hora de expresar
taxativamente desde dónde hablan cuando dicen y qué percepción ideológica
tienen sobre el mundo. El hombre, desde su programa, se propone abiertamente
como arquitecto político, aún sabiendo que el principal enemigo de esa
construcción es quién lo tiene contratado (su ego de periodista lo contiene
mucho más que su ser como ciudadano). De todas formas sus críticas a La Campora
tiñendo torpemente a la agrupación con pátinas fascistas por participar en
simples actos escolares resulta todo un mimo hacia su jefe, y más si al mismo
tiempo omite el “0800 delator” lanzado por el Gobierno de la Ciudad y su
procesado Lord Mayor nada menos que por llevar a cabo actitudes axiomáticamente
fascista como lo son espiar a opositores y a propios familiares. Cuando Castro
le preguntó qué opinaba sobre el posicionamiento de ciertos periodistas
progresistas que años atrás comulgaban con ellos en cuanto a paradigmas y
sensaciones (en clara alusión a la ruin operación que hizo en contra de VHM),
Jorge prefirió no mencionar al Oriental argumentando que estaba seguro que
muchos lo hacían por convencimiento legítimo y que otros lo hacían por
protagonismo individual. Ergo, su constante prédica inquisidora sobre la
espuria compra de voluntades mediáticas por parte del Gobierno Nacional desapareció
de su horizonte dialéctico. No creo en lo absoluto que la publicación de su
salario anual dentro del grupo Clarín lo haya hecho reflexionar que tales
acusaciones eran ciertamente falaces. Como mencionó irónicamente Víctor Hugo: Ya
se sabe Jorge, la plata nunca fue de tu interés.
Continuando con la dupla oligopólica me gustaría
ingresar en ciertas conceptualizaciones políticas que me parecieron
interesantes (increíble pero así fue). Según Jorge no tiene dudas que el
Kirchnerismo monopolizó el discurso progresista (deja aclarado que es sólo
discurso) y que debido a sus desaguisados políticos la continuidad democrática
(él considera que sin reforma constitucional, sin Cristina, el Kirchnerismo
deja de existir) el futuro se resolverá por derecha; según intuye esto ocurrirá
a través de una suerte de alianza entre el Pro y el peronismo conservador,
cuestión que sentencia como lamentable (cualquier similitud con el caso español
es pura coincidencia). Lo que no nos aclara Jorge, desde el punto de vista
ideológico y político, es si tales desaguisados se corresponden por lo bueno
realizado o por sus erratas ya que para la derecha las cuestiones criticables
del Kirchnerismo están encerradas en tópicos como la distribución de la
riqueza, la ley de medios, el manejo estatal de las jubilaciones, la carta
orgánica del Banco Central, el tratamiento sobre DD.HH, el sistema de
asignaciones, la integración latinoamericana, las paritarias y todo aquello que
implica una fuerte participación estatal dentro del modelo económico. La
disyuntiva que quedó flotando y que ninguno de los periodistas se atrevió a
formular es qué deberían hacer el Radicalismo y el Socialismo ante el riesgo
que implica la pérdida de estos cuantiosos beneficios colectivos. Tal omisión
no fue para nada inocente debido a que sus conclusiones los llevaría a un
enfrentamiento ideológico con sus patrones (no hay que olvidar que todo esto se
desarrollaba desde la pantallas de TN). Seguir haciendo antikirchnerismo bobo
tiene riesgos impredecibles. De todos modos Jorge y Nelson dejan de lado el
elemento más importante del sistema democrático: la voluntad popular.
Consideran que la política se resuelve desde los escritorios mediáticos y no
desde la acción efectiva y concreta de un modelo ejecutivo cuyas políticas impactan directamente en el colectivo. Para
finalizar, el dúo, a modo de una suerte de Lerú de las ciencias políticas,
sentenció muy convencido de sus fueros que ningún funcionario tenía que
permanecer más de un período en su cargo y que luego se tenía que ir a labural
en serio (textual), - porque viste Nelson, ninguno de estos tipos labura - Nada
quedó demasiado claro con relación a la idea. Nunca supimos si un Consejero
Escolar puede aspirar a Concejal y luego a Intendente, y militancia mediante
tener posibilidades de una diputación o una senaduría provincial y hasta una
Gobernación, para luego pasar a cargos nacionales legislativos y ejecutivos de
mayor envergadura y responsabilidad. Según el proyecto del dueto la experiencia
en la función pública resulta una cuestión menor y cada cuatro años tendríamos
que empezar de nuevo obligatoriamente y por ley. Tampoco aclararon qué
sucedería si nos encontramos con un funcionario que concite beneplácito
colectivo. Por lo visto debe largar todo e ir a buscar empleo. De todos modos
del proyecto se desprende algo que se me ocurre positivo y como tal ninguno de
ellos meditó: Se necesitaría un mayor compromiso militante y participativo ante
la urgencia de cubrir cargos políticos alternativamente cada dos años.
Obviamente el concepto sociológico del líder y su idea, de la figura convocante
y su proyecto, el perfil de “el candidato” que lleve a buen puerto los
paradigmas pasaría a ser una figura burocrática con fecha de vencimiento. En
ese momento me quedé pensando que hasta no hace cinco minutos ambos estaban
sumamente enfadados con la oposición por la ausencia de líderes carismáticos
para sopesar la figura de Cristina. Pregunta: ¿Cómo se construye un líder en el
marco de este formato propuesto si cada dos a cuatro años borramos de plano a
todos los funcionarios por decreto? Lo observé como un comentario más acorde a
un par de viejas haciendo la cola en la verdulería que a dos prohombres
republicanos. Gracias a Lennon mientras ellos seguían hablando humedades continuaban
ocurriendo otras cosas en la vida.
En contraposición reconozco que esperaba
algo superior del debate entre Gargarella y Mocca. Si bien fue mucho más
enriquecedor que el diálogo antes mencionado debo asumir que noté bastante
anarquía temática y un perfil argumental sumamente desprolijo en el cual uno
llevo al otro sin solución de continuidad. Notablemente nervioso e incómodo
Gargarella expuso de modo lineal cuestiones que ameritaban tratamiento
específico. Colocar en un mismo plano de discusión política a Ciccone, los
Wichis, Las Mineras, La ley antiterrorista (tengamos en cuenta que el propio
Zaffaroni desdeñó la idea que la ley contenía carácter represivo en contra de
la protesta social) y la Soja no permite ningún tipo de conceptualización concreta.
El intelectual encaró el debate como simple refutador y no como analista
político, optando por colocar sobre la mesa todo su arsenal de desordenados
disgustos. Cuestión muy efectista si de televisión se trata, pero muy escasa
para el que espera solidez. Trazó un siniestro paralelismo entre el
Kirchnerismo y el Menemismo a través de la cantidad de muertos durante cada uno
de los períodos sin exhibir las causas de tales sucesos. Cosa muy extraña desde
lo conceptual para un hombre de su talla. Llegó a afirmar que el Gobernador de
Formosa debía ser penalizado presupuestariamente por el Gobierno Nacional
debido a su responsabilidad en la represión contra los Qom y que luctuosamente
desembocara con dos compatriotas asesinados. Es decir, que el Ejecutivo Nacional
actúe por sobre el Poder Judicial y de paso castigue al pueblo formoseño en su
conjunto. Sencillamente entre desopilante y descabellado. De ese modo trataba
de criticar el sistema de alianzas y la construcción política que el Gobierno
Nacional tiene a lo largo y a lo ancho del país. No se detuvo a pensar en el
sistema federal y menos aún en que más allá de que nos guste o no Insfrán fue
elegido por más de un 60% de la población formoseña, cuestión que en lo
personal lamento, pero que debo aceptar dentro de marco de la democracia. Por
su parte Mocca, como anfitrión, se comportó de modo timorato, tratando de no
incomodar aún más al invitado por lo cual no existió la profundización que en
lo particular tanto deseaba.
Gargarella sostiene la tesis de que el Kirchnerismo
es una continuidad del Menemismo con algunas fracturas positivas. (Desconozco
las razones por las cuales el intelectual no incluye a la Alianza, proyecto
político al que supo adherir, dentro del modelo neoconservador de los 90). Vaya
descubrimiento banal si no damos fe de dichas fracturas. Claro está que el
Kirchnerismo no sobrevino tras un proceso revolucionario, cosa que Mocca le
recordó con propiedad aclarándole posteriormente que llegó al poder con el 22%
de los votos cuando la desocupación llegaba casi al 30%. Es decir si no ponemos
sobre la mesa de discusión cuestiones insoslayables como los son: el punto de
partida, el rol del Estado, la política de DD.HH, la integración
latinoamericana, entre muchas otras fracturas que hasta el año 2003 eran sólo
sueño de unos pocos, flaco favor le estamos haciendo a la tan mentada razón
lógica (causa-efecto). Otro elemento que me hizo ruido, por su debilidad, fue
su insistencia argumental con respecto a que encontraba determinados individuos
que comulgaron con ambos proyectos políticos (enfatizó el caso de Dromí), y que
eso automáticamente le otorgaba entidad a su tesis. Dejo asentado que Dromí no
me resulta para nada potable, pero es probable de que el tipo, al haber sido
protagonista central de las políticas de los noventa, tenga conocimientos
encarnados que le permiten al Gobierno, con esa información, determinar
estrategias políticas a fin con sus intenciones. ¿Por qué no se le acepta al
Gobierno la posibilidad de aprovecharse de la figura del arrepentido (metáfora)
y sí se le admite al Radicalismo, al Socialismo, al Pro y al Peronismo Federal?
Para derrumbar su tesis no nos queda más que hacer un breve repaso de
funcionarios y hallaremos figuras y gestores en altos cargos que han sido
relevantes en otros gobiernos democráticos y a nadie se le ocurre pensar en una
continuidad política. Es probable que los casos de Garré y de Chacho Álvarez
puedan ser considerados como los más notorios por haber desarrollado funciones
muy destacadas durante el Gobierno de Alianza.
Del mismo modo Gargarella y ante la
exigencia de su relato debería defenestrar en un futuro próximo a ex
Kirchneristas que hoy se muestran dentro del campo de oposición simplemente
porque su sola presencia no significan un quiebre político ni ideológico: Juez,
Lavagna, Donda, Bárbaro, Alberto Fernández, etc. (algunos de estos sospecho que
los ve con suma simpatía).
Gargarella, como todo refutador, toma la
parte por el todo tratando de instalar esa parte como idea fuerza y no como
ejemplo cuestionador para avanzar en el análisis. Dicha práctica termina resultando
un simple reproche honestista, aséptico, casi neutral. Relaciona
arbitrariamente a las personas y a los eventos que más le placen para que su
línea argumental no sufra sobresaltos. ("Los 38 modos para vencer en una discusión", de Schopenhauer) Y a mi entender Mocca se lo permitió, considero que por afecto
habiendo, a mi entender, pecado por cortesía.
Temo que el progresismo (Gargarella), a
propósito de la idea de Lanata, le ha salido a discutir al Kirchnerismo su base
electoral, y justamente lo hacen desde tribunas y espacios críticos
conservadores, situación que el propio Gargarella y el progresismo en su
conjunto suelen desdeñar debido a que esa “parte” burdamente silenciada no
interviene en su “todo” conveniente. Vale decir, no se atreven a discutir
progresismo desde el progresismo mismo en sus dos acepciones: como oficialismo
(con la enorme responsabilidad que implica la ejecución) y como oposición (como
mero suceso testimonial).
Así las cosas. Tengo la sensación de
estar frente a dirigentes y pensadores ignorantes de dónde descansa el poder
real, capaces de entregarle el poder a la derecha en lugar de incluirse en el
fango de la política y tratar de corregir las erratas coyunturales. Erratas propias
en algún caso y heredadas en otros, problemas novedosos, dilemas estructurales.
A la vez, sobre la atmósfera se percibe un tufillo prejuicioso debido a una
marcada ausencia de capacidad para comprender los meandros y disyuntivas que se
disparan a diario y una muy notoria e inocente creencia de que los medios
todavía siguen siendo instrumentos de información independiente.
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