Libros Inspirados en el Diablo - Ensayo -
 Giovanni Papini



y mientras yo miraba hacia allá abajo,
vi una cabeza tan de mierda llena,
que no sabía si era laico o fraile.

El Infierno – Canto XVIII  - La Divina Comedia 


               

La Sagrada Escritura es de inspiración divina, como enseña la Iglesia. En oposición a ella puede haber escrituras humanas de inspiración diabólica. Jamás se le ha negado al Diablo alguna forma de perversa genialidad, y sería extraño que no hubiese aprovechado, además, de sus propias artes maléficas, el arte literario ejercitado por los hombres.

En la literatura europea hay algunas obras que por su contenido sofístico, blasfemo y nihilista, podrían haberse debido a dictados del espíritu de Satanás. Éste, no lo olvidemos, es “lógico”, como dijo Dante, y se complace tanto en la negación intelectual cuanto en las bajezas bestiales.

Algunos polemistas católicos tuvieron por “obra del Diablo” muchos libros que les parecían errados y nefastos por cuanto se oponían a los principios y a los intereses de la Iglesia. Pero empleaban esa expresión con demasiada facilidad y sin creer, probablemente, en una verdadera y auténtica inspiración directa de Satanás. Pero hay algunos libros para los cuales precisamente esa hipótesis de una colaboración demoníaca resulta bien verosímil.

Uno de esos libros es, desde luego, el De Tribus Impostoribus, donde se pretende demostrar que Moisés, Jesús y Mahoma no fueron sino astutos impostores. 


La primera edición del famoso y casi inhallable opúsculo es de 1598; pero se le atribuyó nada menos que al emperador Federico II de Suabia, que tenía fama de incrédulo. El autor del texto que poseemos es sin embargo muy posterior, seguramente. Y se han propuesto muchos otros nombres, entre ellos el de Fausto de Longiano.

En el mundo protestante, y especialmente en el inglés y puritano, estuvo muy difundida la opinión de que El Príncipe de Maquiavelo era una obra inspirada por el demonio, ya que a aquellos cándidos fanáticos el libro les parecía un breviario de todas las artes infernales para dominar y suprimir a los hombres. Hoy nadie acepta esa maliciosa opinión —por lo menos entre los católicos—; y en cambio se podría atribuir, con mayor verosimilitud, inspiración diabólica a la obra de un inglés, el famoso Leviatan (1651) de Tomás Hobbes. Este libro es, como se sabe, una terrible síntesis del materialismo radical y del determinismo absoluto: Nada de espíritu, nada de libertad; la conclusión natural es que la vida humana consiste en la "guerra de todos contra todos”.


En el mundo anglosajón no faltan otras obras que podrían parecer inspiradas por el Adversario. Piénsese, por ejemplo, en El Matrimonio del cielo y del infierno (1790) de William Blake, donde los proverbios infernales tienen una irreverente desenvoltura que hace pensar en el futuro Nietzsche. Piénsese también en el Manfredo y en El Vampiro de Byron, y en el Melmoth errante de Maturin (1820), que narra la terrible vida de uno de los más aterradores monstruos morales creados por la llamada escuela de la “novela negra”. Y es necesario no olvidar el célebre ensayo El asesinato como una de las bellas artes (1827, 1839, 1854) de Tomás de Quincey, uno de cuyos ecos se oye en el famoso ensayo Pluma, lápiz y veneno de Oscar Wilde, publicado en el volumen Intenciones (1891), donde se cuentan las delictuosas hazañas del diabólico criminal Thomas Griffiths Wainewright. Con su habitual y despiadada agudeza Edgar Alian Poe expone la teoría de esa complacencia en el mal por el mal en su célebre cuento filosófico El instinto de la perversidad, donde se describe la atracción del abismo. Aquellas ideas de Poe tuvieron mucha influencia en Baudelaire y, a través de éste, en no pocos decadentes europeos. Reflejos satánicos aparecen también en la obra de un contemporáneo de Baudelaire: Madame Putiphar (1839) de Petrus Borel. Éste fundó, pocos años más tarde, en 1844, un diario que se llamaba Satanás.

Francia conocía ya otro libro todavía más satánico, el Testamento del cura Mellier (o Meslier), muerto en 1729, del cual publicaron algunos fragmentos Voltaire (1762) y d’Holbach (1772).

En el Testamento se leía la frase macabra, famosa en la época de la Revolución Francesa, en la que el sacerdote Mellier decía que había que ahorcar al último cura con las tripas del último rey.

También la obra maestra de Max Stirner, El Único y su propiedad (1843), que en nuestros tiempos ha llegado a ser el texto sagrado de la anarquía absoluta, puede hacer pensar, especialmente en su primera parte, en una tétrica insuflación del Adversario.

Diversas personas piadosas han creído encontrar el hálito y el soplo del dictado luciferino en la pequeña obra de Federicho Nietzsche El Anticristo (1888), una de las últimas que el filósofo escribió antes de la locura y en la cual se reafirma la condena de la moral cristiana de la piedad. Pero en Zarathustra y en otras obras de Nietzsche podrían verse, aún mejor, el tono y los arranques satánicos.




En la literatura contemporánea son innumerables los libros que parecen sugeridos por el Príncipe de las tinieblas. Pero el más tremendo, a pesar de la aparente mesura del relato, que no hace ningún despliegue de desahogos infernales, me parece que es la Metamorfosis (1916) de Franz Kafka. 


En la historia de aquel hombre mediocre que de pronto se convierte en gusano (1) y vive horrible pero silenciosamente su vida de gusano hasta el día en que tiran a la basura su blanduzca carroña, creo advertir la befa más siniestra que el Demonio ha imaginado para humillar y torturar al hombre. También en El Proceso (1925), del mismo Kafka, se adivinan las crueles intenciones de un Diablo clandestino y anónimo que turba las almas en forma indirecta pero implacable, destacando una misteriosa culpa que puede ser tanto el pecado original cuanto el de todos nosotros en todos los días de la vida.

El problema que se plantea es éste: ¿los autores de las obras que acabamos de recordar tuvieron o no conciencia, clara u oscura, de una inspiración satánica, total o parcial? Lo probable es que la mayoría no la advirtiese, porque una de las más famosas tretas del Diablo es precisamente la de no hacerse notar, como le sucede al traidor del dicho popular, que “tira la piedra y esconde la mano”.

Sólo uno de ellos, André Gide, tuvo presente ese problema y lo resolvió concluyendo que en todas las artes es necesaria la participación demoníaca. Con una franqueza que provoca admiración y temor, afirmó, en efecto, que “sin la colaboración del Demonio no hay verdadera obra de arte”. (2)



1. [Gusano (“verme”), que es la interpretación más viable de la metamorfosis, aun cuando al comienzo del relato se emplee la palabra “insecto”. N. del t.]
2. A. Gide, Dostoiewski, París, Plon, 1923, pág. 253.


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