El Chelo de Bacacay
Cuento - 1993



Multitudes ciegas entre biombos opacos, algo de oscuridad y acostumbrado simulacro. Paisaje urbano. Vidrios maquillados, crueldad y sutilezas fantasmales. Crujir de metales, roturas aisladas y un tiempo que reproduce la tristeza de los carnavales de antaño: máscaras invisibles, casi inhumanas. Y por ahí transitaba el Chelo De Filipo, como un simple portador. Uno de los pocos tipos que aún creía posible en la consistencia de los impulsos lejanos a la especulación, levemente indemne al libre albedrío que destaca la prepotencia de los intereses y la vergüenza de los egoísmos ilegítimos. Algunas de esas miles de historias remotas estaban a kilómetros de la vista de Dios; y no porque el Chelo fuera ateo, todo lo contrario. Se sabe de él que hasta sentía enorme celo y temor divino lindante con la extrema impiedad de lo etéreo. Solía optar por el sol de Flores para sus caminatas vespertinas. A poco de caer la tarde y por miedo a las sombras de la estación se orientaba hacia los cielos de Floresta finalizando su ventura cotidiana a la vera del Maldonado. Entre muchas otras cuestiones era un portador de sueños y hechizos, poesías y relatos, un espectro inconcluso, acaso un fantasma borroneado, chofer y pasajero de su propio boceto. Lo notable en él era su capacidad de contagio. A su lado todos éramos un poco mejor, brillábamos sin saberlo. Cargaba su carisma bajo la lupa del insomnio; se descuidaba bastante, no era bueno para sí; dormido o despierto, entero o quebrado, lo mismo daba. Sospecho que dentro de algunos años se narrará que sin testigos abandonó Yerbal, el empedrado de Condarco, el paso peatonal de Gavilán y las turbias urgencias de la Avenida Juan B. Justo. Se comentará que dejó alguna medida de caña sin tomar en el Tío Fritz y en el Balón; otros afirmarán que abandonó súbitamente la plaza dejando a los pibes en banda a la espera que otros voluntarios empujen sus hamacas o arribe algún ángel como él y regale vueltas en la mugrienta y menesterosa calesita de la calle Argerich, lindera a las vía del Sarmiento; y estarán quienes mencionen con nostalgia sus ingresos disimulados a la cancha de Ferro durante los domingueros y suicidas cero a cero. Sin embargo, y lo sé porque estuve allí, cierto es que el Chelo De Filipo ordenó prolijamente sus maletas acomodando en ellas cientos de historias ajenas. Aclarando previamente las cuentas partió de la pensión de la calle Bacacay portando su vieja boina blanca radical y entre sus labios la mitad de un Imparciales apagado. Lo último que me dijo fue que llevaba encima un invitado de lujo que con suma prepotencia había ingresado a su cuerpo sin previa consulta durante una incierta noche de Flores en la que sentía marcada angustia y excesiva soledad. Recuerdo que me preguntó qué línea de colectivo lo dejaba en el Muñiz; le comenté que el 133 finalizaba allí su recorrido. Supongo que mi respuesta, en coincidencia con su infortunio, la tomó para sí.   
                             ...en recuerdo del "Chelo"  - Autor Gustavo Marcelo Sala




Comentarios

  1. El Chelo se fue a jugar a la entropía.
    Y el tema que yougueaste me lo dedicó una amiga cantado por el autor(Mezo Bigarrena): http://youtu.be/tw7ogO5W96E .
    Ya finado en hombre.
    Me lo dedicó porque escuchándolo lo identificó con mi nudo argumental contra la corpo médica.
    Coicidencias blogueras

    Un Abrazo

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  2. Al vídeo que mencionás le he prestado atención antes de seleccionar conservadoramente el que finalmente puse.

    Con respecto al tema de las corporaciones médicas y el modelo médico hegemónico, aquí en Dorrego tenemos como para hacer dulce. Pero esto sucede como de costumbre.. hasta la próxima muerte

    un abrazo

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