No impida que me entristezca
No le dificulte a mi tristeza
anclar
cerca de mis ojos,
le cuento
que a veces la necesito.
Será que en ocasiones me permito
establecer
ciertas ligerezas,
inútiles
desvaríos,
acostumbrados
y preservados
dentro de
mis íntimas
claudicaciones
y miserias.
No
complete estos grises espacios
con
alegrías informales y mediáticas,
efímeras
epopeyas de vencidos
que han
decidido un día cualquiera
rendirse
antes de plasmarse la derrota,
debido a
que su lucha quizás representó
un
ridículo y desteñido disfraz.
No se
insista ni me insista,
ese necio y desacreditado optimismo
sólo es
posible que encuentre
el rechazo
merecido de aquellos
que
supimos verlo egoísta e inferior
ante el
flagelo de lo que se acerca.
No le dificulte a mis tristeza
anclar
cerca de mis ojos.
Puede no
compartir y disfrutar
y vestirse
con ropas de seda
mientras
Vaughan nos comparte,
puede hasta ignorar lo absurdo
de esta
extraña nostalgia,
preservada
y permitida,
abstinente
y contenida.
La
ausencia de mí
no es cosa
que deba sorprenderle,
por el
contrario,
suponer
que ante tales circunstancias
lo normal
es la tragedia
puede que
nos ayude a entendernos
y tomar
las debidas prevenciones,
para que
comprenda que su silencio
será el
cómplice forzoso
de un
momento irrepetible.
No le dificulte a mi tristeza
anclar
cerca de mis ojos,
le cuento
que a veces la necesito.
Es verdad
y la comprendo,
en
ocasiones asumo roles tediosos,
un
constante retroceso
hacia la
descortesía y el aburrimiento.
Retorno a Sartre, a Russell, a Brecht
me
descubro y la descubro.
No le dificulte al engendro preguntar
y
representar tristezas,
es la
única manera que conozco
para
afrontar con cierta dignidad
los
fracasos que la historia
nos
dedicara con suma urbanidad.
Podemos
olvidarnos y madrugar
como si
nada hubiera ocurrido,
y
escaparnos y traicionarnos,
dejando de
lado nuestro mutuo compromiso
a manos de
magros textos de autoayuda,
esos que
permiten acercarnos
a la
ceguera y al regocijo.
Podemos
acaso enterrar nuestros sueños
dentro de
sarcófagos mimetizados
para que
nunca tengan la opción
de
redescubrirnos heridos.
Podemos
también
implorar
por éticas inexistentes
volviendo
y revolviendo un pasado
que le
impida a la tristeza ser estimulada
y al mismo
tiempo no le permita
madurar
sólida y sin eufemismos.
Puede que
la receta más adecuada
sea
aquella de engañarse y extraviar,
dejar
traspapelado en rincones que nunca revisaremos
lo mejor
de lo peor de nosotros, y viceversa,
para que
todo aquello que soñamos juntos
no tenga
la mínima pretensión de sobrevivir,
cuestiones
inmortales, reveladas.
Por eso y
no por otra cosa
prefiero
que no le dificulte a mi tristeza
anclar
cerca de mis ojos,
le cuento
que a veces la necesito.
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