... de Quincey, Petrarca

... de Quincey, Petrarca 



"La máxima, hecha lugar común, dice que es peligroso crearse muy altas expectativas. Esto, que así es expresado en forma general, y sin ninguna limitación, es una verdad condicionada: lo es sólo en ese momento y lugar donde existe poco mérito sobre el cual sostener y justificar esa expectativa. Pero en cualquier caso en que el mérito posee determinada trascendencia, siempre es útil llevar la expectativa a su punto más alto. En todo aquello que tome parte del infinito, las más ilimitadas esperanzas hallarán buen lugar para satisfacerse; mientras que cierto es que los observadores comunes, debido a su poca sensibilidad, excepto allí cuando se les ha advertido qué esperar, fallarán generalmente al intentar reconocer aquello que existe en el más conspicuo esplendor". Thomas de Quincey - Fragmento de la novela El Vengador





Sonetos de Petrarca

XIII


Cuando, entre las demás, de mi señora

viene, a veces, Amor en el semblante,

cuanto en belleza va ella por delante,
tanto crece el afán que me enamora.


Yo bendigo el lugar, y el tiempo y hora,
en que miré a una altura semejante.
y digo: «Da las gracias, alma amante,
por ser de tanto honor merecedora.

De ella es el amoroso pensamiento
que, siguiéndolo, al sumo bien te envía,
teniendo en poco lo que el vulgo ansía;

de ella viene la osada gallardía
que te encamina al cielo, con aliento
tal que, esperando, ufano ya me siento.»


XXXII

Cuanto más me avecino al postrer día,
que a la humana miseria hace más breve,
más veo al tiempo andar veloz y leve,
y a mi esperanza en él falsa y vacía.

Poco andaremos -digo al alma mía­
de amor hablando, mientras grave lleve
el peso terrenal que, como nieve
se funde; que a la paz así nos guía:

porque con él caerá aquella esperanza
que me hizo devanear tan largamente,
y la risa y el llanto, y miedo e ira;

veremos claro que frecuentemente
lo que es dudoso es otro quien lo alcanza
y que, a menudo, en vano se suspira.


LXI


Benditos sean el año, el mes, el día,
la estación, la hora, el tiempo y el instante,
y el país y el lugar en que delante
de los ojos que me atan me veía;


y el dulce afán primero que sentía
cuando me ataba Amor, y aquel tirante
arco, y sus flechas, y, en mi pecho amante,
las profundas heridas que me abría.

Bendito sea el incesante acento
que llamando a mi dama he difundido,
y el llanto y el deseo y el lamento,


y bendito el papel con que he solido
ganarle fama y, ay, mi pensamiento,
que parte en él tan sólo ella ha tenido.


LXXXII

Hasta ahora de amaros no he cesado,
señora, ni lo haré mientras aliente;
pero ya llego a odiarme fieramente,
y del continuo llanto estoy cansado;

y un cándido sepulcro no grabado
prefiero a que en sus mármoles se miente
vuestro nombre en mi daño donde ausente
mi alma del cuerpo esté que aún no ha dejado.

Pues si un pecho que amante fe rebosa
os sacia sin temer vuestro atropello,
plázcaos, entonces, ser con él piadosa.


Pero erráis al creer que ocurra aquello
que os sacie si vuestra alma es desdeñosa:
y a Amor y a mí las gracias doy por ello.

LXXXIV


-Ojos, llorad: hacedle compañía
al pecho que, al fallar, estáis matando.
-Eso hacemos, que estamos lamentando
su yerro, más que el nuestro, noche y día.

-Por vosotros Amor forzó su vía
a donde como dueño está morando.
-Nos movió la esperanza que brotando
fue de aquel que lamenta su agonía.

-No podéis en razones igualaros:
que, al ver primero, habéis ya consentido
ser de su mal y el vuestro tan avaros

-Tus palabras nos han entristecido,
pues los juicios perfectos son tan raros
que a otros acusa quien culpable ha sido.


CLXIII

Amor, que mi alma ves y me has guiado
por un camino duro e inclemente,
pon la vista en el fondo de mi mente,
donde ves lo que a todos he ocultado.

Bien sabes, tras de ti, cuánto he penado,
mas surges ante mí constantemente,
día a día, y en monte y en pendiente,
y no ves que el sendero es empinado.

La dulce luz de lejos estoy viendo
y a ella me empujas por fragosa vía,
mas volar como tú jamás entiendo.


Contenta dejarás al ansia mía
si, aunque de desear estoy muriendo,
no le disgusta a ella mi agonía.



CCLVII


Estaba yo mirando fijamente
el rostro del que estoy enamorado
cuando Amor cual diciendo «¿qué has pensado?»,
tendió la mano que es mi amor siguiente.


Como pez en la red quedó mi mente
donde por bien obrar había llegado,
y a lo real no volvió el juicio ocupado,
o como en liga pájaro inocente.


La vista, que perdió el primer aspecto
como soñando hacia él se dirigía,
porque sin él su bien era imperfecto:


el alma, entre una y otra gloria mía
yo no sé qué celeste y raro afecto
y qué extraña dulzura en sí sentía.


CCLXIII

Árbol triunfal, oh planta victoriosa
de poetas honor, y emperadores,
que has llenado de gozos y dolores
a mi vida mortal y trabajosa;

verdadera mujer, que no otra cosa
desea ni cosecha sino honores,
ni de amor teme lazos tentadores,
ni engaños su conciencia virtuosa.

Gentileza de sangre, y la preciada
riqueza de rubíes, perlas y oro,
desprecias por igual, cual carga vana.

Tu belleza en el mundo no igualada
te hastía, salvo al ver que a tu tesoro
de castidad adorna y engalana.



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