La Historia y el Éxito
- por Rafael Barret
Hemos quedado en que Mitre ha sido el great old man argentino, el genio
paternal del Plata, el Moisés criollo. Bueno: guardémonos de toda irreverencia;
inclinémonos a la inapelable opinión pública. Recuerdo que con motivo del
fallecimiento de Mitre publiqué unas líneas, considerándole Hombre-Nación. Más
tarde me pregunté, ante las discretas dotes del héroe, qué circunstancias
habían hecho de él un popular meneur,
si se me permite usar la moderna jerga sociológica. Dos textos curiosos han
contribuido a esclarecerme la cuestión.
Hace precisamente cuarenta años, cuando la guerra del
Paraguay llevaba tres de no ceder a la triple alianza, la opinión pública no
favorecía con demasiada solicitud los méritos del famoso general. Laurindo
Lapuente, en un folleto impreso en 1868 “frente al Palacio de gobierno” de
Buenos Aires, se burla de la “gran política” de Mitre, se indigna de la
injerencia del Brasil y clama contra la expoliación de que se intenta hacer
víctima al pueblo de López. “El cólera se ha producido”, indica el irritado
Lapuente, “porque los aliados de común acuerdo arrojaban al río los muertos de
bala o de epidemia, para envenenar las poblaciones del litoral, que, como Entre
Ríos y Corrientes, eran adversas a la alianza y a la guerra”. Y más abajo, al
hablar de los oficiales de Mitre, dice: “Rivas, Arredondo, Sandes y todos los
jefes que han formado parte de las expediciones al interior para someter los
pueblos al despotismo militar de Mitre, pueden dar fe de sus propias
carnicerías. Sólo un hecho de cada uno de estos tiranuelos bastará para
retratarlos. Habiendo tenido lugar en la Rioja un canje de prisioneros entre
Peñaloza y Rivas, aquel jefe de honor y de palabra se anticipó a remitir los
suyos, y éste, después de recibirlos, dijo que no le mandaba ninguno porque los
había fusilado a todos. Arredondo, jefe sanguinario y cruel, brindando entre
los suyos en la providencia de San Juan, dijo ¡que era preciso matar hasta los
perros de La Rioja! Sandes, célebre por sus fechorías, en el lugar denominado
Cruz de Piedra, provincia de Mendoza, pidió mate a un respetable anciano, y
habiendo éste demorado algunos instantes en servicio, le obligó por la fuerza a
beber la caldera de agua hirviendo en presencia de su familia”. Estas hazañas
excitan aún, en los elegantes de la calle Florida y en los comisarios de la
campaña, la energía nacional. Por supuesto que Lapuente lamenta ante todo el
ver su patria arrastrada entre los gatuperios del Brasil.
¿Qué Laurindo es un libelista de medio pelo?
¡Conforme! Pero, ¿dónde creerán ustedes que he encontrado la eficaz
confirmación de las ideas de Laurindo? Nada menos que en la Revue des deux mondes, noviembre del mismo
año de 1868. Se trata de un fuerte artículo de Eliseo Reclus, autor que nos
impresiona con la múltiple autoridad de ser quien es, de escribir donde escribe
y de conocer personalmente y a fondo los países a que se refiere.
El talento militar de Mitre no deslumbra a Reclus.
“Revestido del título pomposo de general en jefe de los ejércitos aliados,
dice; disponiendo de los recursos bélicos de tres naciones, no tan sólo no ha
podido el presidente cumplir en tres años la obra de conquista que presuntuosamente
afirmaba deber acabar en tres meses, pero ni siquiera ha logrado relacionar su
nombre con alguna de las victorias parciales que con razón o sin ella dicen los
aliados haber ganado… Entre los sucesos de la guerra, sólo hay uno que pueda el
presidente del Plata reivindicar como resultado exclusivo de su alta
estrategia, y es el terrible fracaso de Curupayty, que costó por lo menos 5000
hombres al ejército de los aliados”. Reclus confía en que las próximas
elecciones pondrán al frente de la nación a una individualidad que remedie los
males causados por Mitre, y que “desprenda el potente apretón del Brasil”.
Urquiza es descartado. No es capaz de competir en intrigas con Mitre, “hombre
muy hábil en este género de estrategia”. Y ¿Sarmiento? “Desgraciadamente, suspira
Reclus, es de temer que el señor Sarmiento quiera, él también, gozar del título
de general en jefe, y dar una prueba de su talento estratégico, sea contra el
Paraguay, sea contra las provincias del interior”. Alsina, que se ha declarado
adversario del Brasil y de la bárbara guerra urdida contra el Paraguay, es el
mejor candidato. ¡Guerra odiosa que no concluye nunca ni apenas adelanta!
“Todos los mercaderes proveedores o almacenistas que surten al ejército y que
viven de este tráfico tienen interés en ver prolongarse la lucha y consiguen
con sus vociferaciones formar en toda asamblea una pequeña opinión ficticia… No
sería extraño que los proveedores genoveses, argentinos o brasileños del
ejército de invasión se encargaran ellos mismos de aprovisionar a los sitiados,
porque, a creer el rumor público, es por medición de oficiales de la alianza
-los cuales se están haciendo millonarios- que los paraguayos reciben ya casi
todas sus municiones”. ¡Qué asquerosa chapucería habrá sido esa guerra, como
las demás guerras pasadas, presentes y futuras! ¡Abajo, el rebaño degollado, y
arriba mercachifles con las uñas manchadas de sangre!
Los paraguayos, según Reclus, se batían bien. López
hace evacuar en dos días la población civil asuncena, “lo que demuestra, dice el
cronista, la singular unanimidad de sentimientos patrióticos en estos honrados
hispano-guaraníes”. López no tiene buques, pero “cuenta con hombres
verdaderamente sin rivales en valor y en desprecio a la muerte”. Las mujeres
sorprendidas en las aldeas que se esparcen entre el Paraná y el Tebycuary se
han defendido con el mismo encarnizamiento que los hombres… Recientemente,
después de uno de los combates mortíferos del Chaco, se recogieron dos
cadáveres, el de un joven y el de una vieja, probablemente su madre: con una
mano oprimían el fusil, y con la otra se hacían, hasta después de la muerte,
una postrera caricia…”
Y el buen Reclus desea la intervención de los Estados
Unidos, “más dichosa para los invasores que para el Paraguay, porque les
libraría de una guerra en que el triunfo mismo sería vergonzoso”.
No, ingenuo sabio. Lo vergonzoso es la derrota. El
triunfo es la virtud. La Historia, como la sociedad, adora cobardemente el éxito. Buen Reclus,
eres un furioso lopista. Hoy, la opinión oficial es, hasta el mismo Paraguay,
que los aliados vinieron a civilizarlo, a sacarlo de la tiranía. Los soldados
de López, las mujeres y los muchachos que dejaron en la madre tierra las
barricadas de sus huesos, no eran más que unos cretinos. La Argentina, de la
cual acababa de apearse Rosas, ilustre salvaje contra quien Francisco Solano
López -detalle sabroso- había dirigido una civilizadora
expedición militar; la Argentina, cuya vasta región de los Andes, donde
había generales y coroneles suficientes para mandar los ejércitos de Prusia o
de Francia, dio en el año 1867 la suma de 1210 francos como entrada de correos;
la Argentina se consagró a civilizar a cañonazos el Paraguay. En la Argentina
no había seguramente cretinos. ¿Por qué? Porque venció.
¡Siempre lo mismo! Mientras los bóers tuvieron en
jaque a Inglaterra, fueron muy interesantes. Una vez aniquilados, nadie se
ocupó de ellos. Rusia, mientras resistió a los japoneses, simbolizó la cultura
de la raza blanca. Después de Mundken simbolizó el despotismo, la corrupción
política y la ignorancia, frente a la ciencia y al parlamentarismo del Japón.
Mitre encarna el éxito. Por eso es el Washington de por acá, el Hombre-Nación. Si López
hubiera triunfado, lo que no era tan imposible, hubiera sino nuestro
Washington, nuestro Mitre, y a Mitre le hubiera solamente salvado del olvido su
chistosa traducción de Dante.
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