Periodismo trapalonero
En la jerga futbolera un referí trapalonero es aquel
que a partir de un error inicial “saca” el encuentro utilizando la subjetiva
ley de las compensaciones. De ese modo con recurrentes eventos injustos tapa
automáticamente aquel error inicial. Suele repartir las infracciones y cobrar
faltas de los delanteros en los centros al área manteniendo el partido siempre
entre los límites de los tres cuartos, tanto de un lado como del otro, de modo
no tener que juzgar inconvenientes distribuyendo equilibradamente todas las
bolas divididas. Conforme con su tarea se retirará del campo de juego
declarando que si ambos equipos lo criticaban debía ser porque había realizado
un excelente trabajo. Una notable ausencia de pensamiento acompaña esta lógica.
El fútbol no deja de ser un entretenimiento por lo cual no debemos profundizar
demasiado en tales conductas y más sabiendo que los hinchas son grupos que
fanáticamente viven solicitando injusticias, siempre a favor desde luego.
Creo que el trapalonerismo trasladado al periodismo y
a la crítica analítica suele ser un tema ciertamente más complejo y que amerita
mayor profundización en la lectura.
Si bien el juez de un partido debe responder
estrictamente a un reglamento taxativo escrito, le es permitido alguna pequeña
dosis de subjetividad interpretativa; mientras que tanto el periodista como el
analista deben someterse a las leyes de la honestidad intelectual que incluyen
no sólo aclarar desde qué lugar se habla sino además acompañar dicha fundamentación
con verdad informativa y, en lo posible, pensamiento inteligente.
Hay periodistas y analistas que afirman sus bondades
apoyados en dicho concepto: “Nos critican de ambos lados, eso quiere decir
que estamos haciendo las cosas bien”. Pues me apena informarles que no es
así, y que dicho relato resulta de una llanura sorprendente teniendo en cuenta
el lugar de importancia que dichas profesiones suelen ostentar.
La verdad, la información, los sucesos nos son
variables sujetas a equilibrio, son o no son, ocurren o no ocurren, y en
innumerables cantidad de ocasiones hemos observado los esfuerzos de algunos
agentes de prensa por tratar de equilibrar las críticas si las mismas, en la
coyuntura, daban para la angustia exclusiva de un determinado grupo de poder.
En ese sentido se revierte el paradigma de la
honestidad intelectual por la de la acción conveniente. Es probable que muchos
políticos se comporten como los hinchas exigiendo aquella ley de las
compensaciones; el dilema radica en nuestra aceptación de dicha lógica
transformándonos en trapaloneros y no en rigurosos críticos de la realidad,
independientemente del cliente, tratando de esforzarnos primero en informar tal
cual ocurrieron los sucesos (debido chequeo) y luego subjetivando por medio del
análisis personal.
Todos sabemos desde qué lugar habla Clarín, La
Nación, Tiempo Argentino y Página 12. Todos entendemos el lugar que han
decidido ocupar Víctor Hugo, Aliverti, Magdalena y Lanata. Ahora bien, tanto
unos y otros representan a segmentos de la población que confían en sus
informaciones y subjetividades. Pregunta. ¿Están ejerciendo mal su profesión porque
son criticados por los segmentos opuestos y no por todos? La pregunta encierra
la misma falacia que la anterior definición.
Hace las cosas mal quién miente, quién oculta, quién
manipula, quién también se esfuerza por trapalonear su devenir, quién no se
retracta ante una malversación y quién propone un titular desdiciéndose en la
editorial sabiendo que solamente un 20% de los lectores lee el detalle de la
nota, en donde el 80% restante a lo sumo acompaña con la lectura del copete.
Los mencionados medios y periodistas han decidido
recortar la realidad en correspondencia con sus subjetividades e intereses. Me
parece sano si se encara honestamente, más allá de estar de acuerdo o no, por
fuera que confíe más en unos que en otros. Pero no veo a ninguno de ellos
trapalonear la profesión para tratar de conformar a quién nunca se conformará.
El equilibrio no es un mérito periodístico si ese
supuesto equilibrio se busca forzadamente para ser conflicto o para evitar ser
conflictivo, lo mismo da. Ambas son típicas deformaciones que tienen incluido
el sofisma del periodismo independiente. El “Yo critico a los dos por igual”
esconde el dilema esencial de la profesión: ¿Hay verdad periodística detrás de
esas acciones o es simple especulación?
Jorge Lanata, rompiendo con todos los cánones
periodísticos existentes hasta 1987, descubrió que ejercer periodismo
exclusivamente opositor al gobierno, sea cual sea y de modo permanente contiene
un nicho de seguidores, una suerte de quintacolumna, que lo va a tener como
referente. Siempre van a existir opositores dispuestos para escuchar a un chico
malo y rebelde. De ahí que su tremenda volatilidad conceptual e ideológica haya
construido un archivo casi demoledor que lo perseguirá aún luego de su
existencia. Por eso no es de extrañar que a Alfonsín, a Menem y a De la Rúa los
haya atacado por izquierda y a Kirchner por derecha, porque él no hace
periodismo político, sólo hace denuncismo y manipula sus alegatos sobre
supuestos casos de corrupción en función de lo que desea develar del
contrincante de turno. Jamás será riguroso éticamente con los intereses
coyunturales que apoyan cada uno de sus particulares momentos y proyectos. Por
eso se abstiene de la crítica política, sólo une sucesos convenientes para
justificar su postura. No lo hizo con Montoneros cuando aportaban para Página
12, no lo hizo con Kohan cuando era su informante durante el Menemismo, no lo
hizo con Mata cuando le capitalizó Crítica y no lo hace en la actualidad con
Magnetto. En definitiva él mismo sostiene la idea que la mayoría le desconfía
por que les dio a todos para que tengan, guarden y ahorren. La realidad marca
que les dio a todos pero cuando eran gobierno alienándose inmediatamente a
ellos cuando dejaron de serlo de modo afianzar su nicho, su horizonte, no
siempre respondiendo a esa lógica del más débil de la que tanta gala hace.
¿Es Lanata entonces un tipo que no amerita críticas
porque les dio a todos por igual? Se plantea entonces la enorme diferencia
entre ser creíble y ser veraz.
El más brillante periodista contemporáneo, Rodolfo
Walsh, no era “equilibrado”, nunca vio como opción contentar orejas ni trató de
manifestarse independiente. No necesitó darles con un caño a todos ni se esmeró
por seducir conveniencias. Dijo la verdad y no fue creíble para la gran masa, y
fue asesinado. De modo que resulta escasamente relevante si como periodista uno
es alabado o criticado por parte o por todos, eso no califica como buen
profesional, ni siquiera nos debería colocar en un sitial superior. Volviendo
al fútbol, existen algunos que con excelentes cinturas intentan hacernos creer
que el periodismo es una simple cuestión de simpatías o antipatías personales,
mientras eso sucede la manipulación como nunca, cuenta con enormes
posibilidades de establecerse como reina de la crítica.
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