NADA NUEVO BAJO EL SOL - Política, Literatura y OSVALDO SORIANO que nos ayuda a pensar



Un viejo artículo de Osvaldo Soriano publicado en El Porteño y que luego formó parte del libro Rebeldes, Soñadores y Fugitivos. Cuando Sarlo y Kovadloff ya eran los actuales Sarlo y Kovadloff,  y Jorge Lanata todavía no era Magnetto.


Prólogo de Soriano

En el segundo encuentro de intelectuales argentinos, que se reunió en el Centro Cultural San Martín, en 1986, leí este texto breve que armó un poco de revuelo porque vinculaba – otra vez – a la literatura con la política.  El profesor Saúl Sosnowski, de la Universidad de Maryland, organizador del evento, permitió que mi ponencia fuera la última de la noche, antes del debate. Si mal no recuerdo estaba conmigo en el panel Andrés Rivera, Juan Carlos Martini, Ana María Shúa, Jorge Lafforgue, Liliana Heker, Andrés Avellaneda, Santiago Kovadloff y Beatriz Sarlo.
Sosnowski se divierte con estos enfrentamientos argentinos: No bien terminé de leer, la profesora en letras Beatriz Sarlo, de la Universidad de Buenos Aires, se enojó un poco con la exhortación pugilística y el tono muscular de mi texto.
La prensa local reaccionó así: Clarín y La Razón se pronunciaron por Sarlo y nos atacaron a Andrés Rivera y a mí por nuestros “pronunciamientos extremos” haciendo propia la ponencia de la profesora publicándola en forma completa. La mía apareció en El Porteño, que dirigía por entonces Jorge Lanata, ahora director de Página 12.



Utopía, una cultura en deuda
 por Osvaldo Soriano  

                                                         A la gente de Página 12 - 1987

En estos tres años de democracia, o de transición a la democracia, como ha preferido llamarlos Juan Carlos Martini, hemos ganado un enorme espacio de libertad. Me pregunto  qué hacemos con esta libertad y si no la estamos desperdiciando, o matando, simplemente por no utilizarla para debatir los grandes temas que la sociedad argentina aún no ha resuelto.

Me refiero a la lucha que deberíamos librar contra el oscurantismo que todavía nos amenaza: somos cautelosos ante la deuda externa, ante la reacción de la Iglesia, el Ejército y los burócratas sindicales. Eludimos la obligación de discutir y elaborar el pasado, como si aceptáramos  clausurar el debate  con la tesis simplista  de que la lucha armada fue producto de la locura de unos pocos y que ella es culpable de todo lo que nos ha ocurrido.
Los que piensan  así se contentan  con la condena  a unos pocos militares asesinos que fueron el brazo armado  de una clase social aterrorizada ante la posibilidad de cambios que ponían en peligro su propia existencia.
Ahora el gobierno anuncia la era de la modernidad tecnológica sin tener en cuenta el contexto de dependencia, atraso, pobreza, analfabetismo y desocupación. Los partidos de izquierda no han sabido responder al desafío porque  hay que reconocerlo, esgrimen ideas y plataformas que eran justas en 1910, pero  aparecen hoy, decididamente anacrónicas.
En verdad, pocos quieren asumir la crisis en toda su dimensión, económica y moral. Las frases vacías y el cinismo intentan disimular la falta de un proyecto de sociedad que termine  con el éxodo de los jóvenes, que nos saque de la dependencia y  la humillación para hacernos libres en un mundo  que entra de lleno  en la revolución informática.
Resulta fácil, en este cuadro de situación, el entierro de las utopías y la aceptación del pragmatismo salvaje. Las clases dominantes odian los sueños porque son incapaces de producir una poética del futuro. Prefieren el pragmatismo, porque en el terreno de la eficiencia la derecha ha ganado siempre y lo demostró otra vez en el “Proceso de Reorganización Nacional” que liquidó una cultura  que, al menos, creía en una sociedad mejor, más justa y solidaria.
No se trata de defender el estado de cosas que vivimos hasta el comienzo de la dictadura. La metodología de la violencia  sin respaldo popular es indefendible. Creo que hoy debemos llamar la atención sobre la desesperanza, la indiferencia y el individualismo, creo que son la exacta contracara de una sociedad realmente democrática y solidaria. De pronto, muchos intelectuales han decidido eliminar  de su discurso temas que son atribuidos a un pasado según ellos digno de ser enterrado: la miseria, la explotación y la marginación  parecieran haber desaparecido de la Argentina simplemente porque no se los nombra, o porque  son inaceptables para cualquier conciencia que se suponga honesta.
El imperialismo cambia y se adapta a los nuevos tiempos, mientras los intelectuales y los partidos que se dicen populares se quedan sin argumentos, o aceptan los del enemigo. La deuda externa, que es la nueva forma que adquiere la dominación, nos atará los pies, las manos y las ideas  durante generaciones (hasta el año 2010 dicen los más optimistas) y esto no parece quitarle el sueño  a mucha gente ni despertar la imaginación de quienes tenemos el deber de elaborar soluciones  no convencionales. Pareciera que lo más cómodo es plegarse  a las voces dominantes, aceptar la cautela paralizadora y el cuento del sentido común.
Sí, además, uno de cada dos jóvenes  se quiere ir del país, ¿quién va a aportar, entonces, la cuota de locura que necesita toda gran empresa de cambio y de liberación?
La nuestra es una cultura en deuda dentro de una política de deuda. Son mayoría los intelectuales del Post-Proceso que se han vuelto cada vez más insulares y específicos. Fragmentarios, oscuros, eliitistas.
No les preocupan realmente las víctimas de un sistema inhumano: para ellos no existen condiciones feudales de explotación, no les interesan las luchas de Chile, de Sudáfrica, de Afganistán, ni la agresión a Nicaragua . Casi hasta les alegra que sea Reagan  y no los pueblos quienes derroquen  a dictadores anacrónicos como Marcos y Duvaler.
Nuestra cultura de  solidaridad ha sido aniquilada y estamos  aquí para cambiar ideas sobre su reconstrucción. Tenemos que advertir entonces, que por primera vez en mucho tiempo, la derecha elegante ha copado el universo de las ideas que hasta hace una década eran monopolio de las izquierdas más lúcidas.
Existe hoy una línea refinadamente reaccionaria  que se viste de democrática  y anticolonialista, porque ha tenido que volverse  más presentable ante la opinión pública
En el diario Clarín, el ideólogo derechista francés  Alain de Benoist lo explicó a grandes rasgos: los desencantados de la izquierda aceptan hoy las viejas ideas  de la derecha tiñéndolas  con las banderas más elementales del antiguo socialismo.
Esa derecha está financiada por las grandes corporaciones multinacionales. Se monta en los sueños  frustrados de la izquierda  y utiliza argumentos de pensadores marxistas como Antonio Gramsci. En los países dominantes aportó el sustento ideológico para las victorias de Reagan, de Margaret Thatcher, de Kohl, de Chirac o para copar  a casi todos los gobiernos social-demócratas.
Nunca, desde entonces, los trabajadores han perdido  tanto terreno  en el plano de las conquistas sociales  que costaron siglos  de luchas sangrientas.
Sin embargo, leyendo a Alain de Benoist, pope de la nueva derecha, a uno le parece estar frente a alguno de nuestros pensadores  de la izquierda descorazonada, del democratismo reflexivo.
No sé hasta qué punto el combate por una verdadera democracia involucra a la literatura. Estoy seguro de que los escritores tenemos mucho que hacer. Pero no lo haremos todos juntos porque no estamos todos del mismo lado.
Quienes todavía creemos  en los valores de la izquierda, tenemos que revisar nuestros argumentos. Recuperar las banderas de la fraternidad, de la denuncia, del progreso. Uno de nuestros mayores  pecados es la mezquindad  No conseguimos poner de acuerdo los apetitos personales  con los objetivos de la clase trabajadora  derrotada en estos años trágicos. Y ante lo complejo de la tarea, hay quienes  piensan, aunque no lo confiesen, que la mejor salvación es la salvación personal.
La verdadera salvación está en la audacia intelectual, en la locura creadora. En la utopía, que mantiene viva la esperanza de que un día seamos mejores.-
                                           
                                   Osvaldo Soriano de
                         “Rebeldes, soñadores y fugitivos”

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