(...la Apología de Videla y la teoría de los
dos demonios según Reato)
POLICIALES SIN FINAL FELIZ
de Osvaldo Soriano... 1985
Nunca se podrá filmar una película
policial convincente en este país. Una película en la que un comisario, después
de pasar emboscadas y tiroteos, encuentre a los culpables. Nos sería creíble un
argumento en el que caen presos los tipos que habían puesto una bomba en el avión
de una mujer fatal que fue presidente de un país sudamericano. Tampoco se hará
nunca ese film en el que un banquero es secuestrado dos veces y aunque la
familia paga el rescate, desaparece para siempre sin dejar rastros. Ni la de la
extraña doctora que salió del hospital y se esfumó en la niebla de la tarde.
Brian de Palma sería un fracaso en
Argentina. Argumentos sobran, pero el epílogo siempre que da trunco. Hay
delincuentes – miles, no hay lugar donde haya más -, pero nadie los escarmienta
y es imposible planear un guión con final feliz. Claro que también hay
historias de pobres gentes, pero sugieren un neorrealismo pasado de moda: ¿A
quién le importaría filmar los sórdidos fusilamientos de Ingeniero Budge, por
ejemplo?
El problema son los uniformes. Los
bandidos de civil tarde o temprano caen. Los otros, los del uniforme, no
tropiezan nunca. Pueden pasar varias noches en un cementerio haciendo un
agujero en una tumba de un hombre famoso, llevarse las manos, las gorra y la
espada y estar ahora sentados frente a un televisor, tomando unos mates,
divertidos con las Gatas de Porcel o las Tretas de Moria. Tal vez no se pierdan
las finales de la Copa América y conversen sobre la pegada de Juan Martín
Coggi, o sobre si conviene cambiar la plata ya mismo. Aunque tal vez hayan
cobrado afuera, en una plaza más segura.
Naturalmente, los policías, cuando no son
ellos los culpables, tienen que hacer que hacen como que no saben para salvar
su carrera. La familia Sivak conoce eso. También en aquel caso se había creado
una comisión especial, rocambolesca, que estaba por echar mano a alguna verdad
cuando llegó la orden “de arriba” y la investigación terminó. Esa gente paraba
en un departamento al que llamaban “baticueva”, tenían planos pinchados con
alfileres en las paredes y armas pesadas al alcance de la mano. Los muchachos
dormían en el suelo, con mantas de campaña.
Hubiera sido una buena película, con
citas nocturnas, persecuciones y mensajes en clave, pero el productor se
asustó. Por eso nunca habrá algo parecido a El Día del Chacal en esta parte del
Río de la Plata: si se descubre un complot para asesinar al presidente de la
República en un cuartel, habrá un juez preocupado, una prensa más o menos
sensible, pero el policía de turno no conseguirá nunca un permiso para pasar
más allá de la garita del dragoneante.
De novelas y películas de espionaje ni
qué hablar. Estos son géneros decididamente imposibles. Cómo ambientar la
escena – de ficción claro -, en la que Facundo Suárez, enérgico, rotundo,
convoca a cualquiera de sus coroneles de la SIDE mientras Rico y los suyos
muestras las armas en Campo de Mayo.
-
¿Y usted no sabía nada? – diría
Suárez –
-
Me tomaron de sorpresa, señor.
-
Pero ¿dónde estaba anoche,
coronel?
-
Con los muchachos de Cabildo,
señor. Hacíamos la lista de los zurdos que hay en la radio. Piensan hacer un
suplemento.
-
Pero de esto, del Rico ése ¿qué
sabe?
-
Es un héroe de Malvinas.
-
Eso fue antes. De ahora, digo.
-
Hace karate. A veces se pone
nervioso y contagia a los demás, pero es un tipo derecho, le aseguro.
-
Hágame un informe de lo que
está pasando.
-
Los zurdos están en la plaza,
señor. No los puedo marcar a todos al mismo tiempo.
-
Me refiero a Campo de Mayo.
-
¡Ah! Eso está todo en orden,
señor.
Lo que fracasa en cualquier intento de
película de espionaje es que los hombres de inteligencia siempre descubren a
los mismos culpables – pagados por el oro de Moscú -, y el suspenso decae
enseguida. En cambio, si las manos del General en cuestión hubieran sido
cortadas hace años y anduvieran viajando por ahí, o estuvieran enterradas
afuera, como alguna vez el cadáver de “esa mujer”, el infeliz investigador de
la Federal tiene poca chance de encontrarlas, salvo que el pato de la boda ya
esté servido y todo el mundo se haya puesto de acuerdo para el banquete.
Otro argumento imposible es aquél en el
que un grupo comando con herramientas de acero alemán – o sueco o francés, pero
del bueno -, abre doce llaves y traspasa los muros de una bóveda mientras el
sereno de la Chacarita acomoda las flores en la tumba de Carlos Gardel. Seguro
que esos hombres no tienen alma de bandoneón. Para serruchar ese cuerpo inmenso
mirándolo a la cara se necesita haber andado unos cuantos kilómetros. Por eso
es posible imaginarlos después, tomando unos mates mientras miran la misa
peronista por Nuevediario.
-
Una CGT que saque la gente para
rezar no se encuentra en ninguna parte del mundo – puede comentar uno de ellos.
-
En Polonia sí – diría otro –
-
Qué país tendríamos si el
pelandrún de Videla no hubiera sido tan flojo... – suspira el primero, y
devuelve el mate... (para que Reato siga cebando – licencia del editor)
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