EL SOCIALISMO Y LA LIBERTAD - Daniel Barret



Friedrich Engels decía, en una de sus habituales polémicas teórico-ideológicas con sus compañeros alemanes, que no había que confundir el socialismo con la nacionalización de las cloacas, y ahora nosotros debemos comenzar sosteniendo que tampoco debería confundirse con la tasa de escolaridad o la cantidad de camas hospitalarias por habitante: el socialismo, si es que todavía habrá de seguir pareciéndose a la utopía y constituyendo un objeto de deseos y de sueños no puede ser intuido de otra forma que como una nueva relación de convivencia; igualitaria y solidaria, naturalmente, pero en la que, también y sobre todo, se interrumpen, se esfuman o se descuartizan expresamente todas las formas de explotación y dominación y que, por ello y para ello, es capaz de brindar el marco orgánico en el que realizar cabalmente la confirmación o la búsqueda cotidianas de la más intensa y extensa libertad históricamente posible y concebible.

Decir que el socialismo debe verificarse, por sobre todas las cosas, como una relación de convivencia inédita implica desembarazarlo ya mismo de su hipotética dependencia del desarrollo de las fuerzas productivas y también de esa concepción que supone que los sacrificios del presente - habitualmente los ajenos y muy raramente los propios - están justificados si los mismos son el reclamo de una vanguardia política que, por sí y ante sí, dice encarnar el sentido de la historia.

El socialismo es, entonces, también una construcción colectiva conciente, capaz de instituir un tiempo histórico diferente a partir de los compromisos y las convicciones autónomas de las multitudes, de las organizaciones variables y cambiantes en que éstas se articulan y de los individuos que las componen, les dan vida y las alientan. Además, en tanto construcción colectiva conciente, esas relaciones libertarias que están en la base de cualquier socialismo realmente concebible no pueden ser un corolario remoto sino una premisa en tiempo presente, una condición que no puede subordinarse a las supuestas exigencias de un período al que convencional y tramposamente se le ha llamado de "transición" pero que, en los hechos y en la experiencia, se ha consumado siempre como el espacio histórico de conformación de nuevos esquemas de dominación que han tendido a adquirir un carácter más vitalicio que pasajero.

El socialismo no es, por lo tanto, el promisorio resultado a largo plazo de gobiernos de intencionalidad y proclamas socialistas que, excusados en la administración supuestamente temporaria de las reglas de juego que harían posible esa nueva convivencialidad libertaria, acaban realmente construyendo los horizontes concretos, la agenda, las etapas y los ritmos según su propia lógica, su propio albedrío y su propia dinámica interna; y haciendo, en definitiva, que sus confesos y declarados objetivos iniciales se vuelvan perpetuamente imposibles en ese marco. Entonces; si, a nuestro modo de ver, el socialismo no puede ser intuido ni diseñado de otra manera que como la construcción colectiva conciente -en el aquí y el ahora y no en tiempos o lugares impredecibles e inubicables- de relaciones de convivencia libertarias, igualitarias y solidarias en las que se evaporan y desaparecen todas las formas de explotación y dominación -las propias del "ancien régime" y también las que se postulen como "transitoriamente" sustitutivas.


  • Rafael Spósito más conocido por su seudónimo Daniel Barret. Sociólogo, periodista y docente aniversario nacido en la República Oriental del Uruguay (1952-2009)

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