NOCHE DE BLUES (Cuento)






Contabilizar fracasos no era faena que Roberto se esmeraba por ejercer. Tiempo hacía que había decidido archivar sus libros de balance, olvidando, vaya a saber en que cajón de qué casa, su colección de electrodomésticos oxidados, colchones marchitos y escrituras al cincuenta por ciento.
Irina, paradójicamente, estaba estructurada de otro modo. Llevaba un estricto control de sus columnas deudoras y acreedoras, con asientos exánimes, paréntesis oblicuos, llaves con tinte de amparo y corchetes sin señuelos. Conjunto de fórmulas aritméticas que le describían, sin omisión alguna, sus momentos de amargura, apartando de su evocación a los placeres; instantes que por cierto, consideraba de menor trascendencia.
Estimo verificar que pasados los cuarenta uno tiene esa extraña y risible certeza de haber vivido más de lo que cuenta. Supongo que deben existir mandatos sociales que empujan a sustentar esa impresión. Y a pesar de la tan insistente afirmación: “Ahora empieza lo mejor”, digamos que tal sentencia no tiene demasiados entusiastas, sobre todo dentro de la cohorte afectada.
Lo real es que se encontraron como se encuentran la mayoría de los mortales: buscándose sin buscarse, intuyéndose sin intuirse, culpables sin haber sido responsables de nada.
De inmediato, fueron sorprendidos por el asombro y la desconfianza.

-         Dudo que a esta altura de nuestras vidas alguien como yo te pueda conmover -alegaba Roberto, bocentando un macabro modo de resistirse -

Sus pestañeos acercaban considerables pérdidas como para soñar con sorpresas que no estaban dispuestos a exonerar. Hasta sus cruzadas concesiones les causaban cierta admiración y sospecha interna.
Irina, por cierto, aborrecía el Blues; ritmo que le parecía aburrido y monótono. Él sin saberlo, mezclando jactancia y egoísmo, escogió para ambientar el momento If you love me, un hermoso tema de B.B. King cantado por Van Morrison. Casi seis minutos de insuperable belleza y armonía. Digamos que a Irina algo la traicionó, confesándole que la balada era perfecta.

-        Jamás pensé que el Blues tuviera la virtud de emocionar.
-        Es más factible desintegrar un átomo que un prejuicio, decía Einstein- comento Roberto con ironía.

Más allá del inoportuno comentario tuvo que creer y rendirse ante el alegato de la dama.
Entrada la noche comenzaron a resignarse, no sin oposición.. Se permitieron pensar una velada interminable.

Roberto estaba harto de las amas de casa... por experiencia de vida se les presentaban como señoras de servicio o como cocineras de lujo; ausentes de toda fuente de inspiración. Sin embargo, no pudo menos que consentir que el lomo con champiñones a la crema preparado por Irina avergonzó su básica racionalidad, pero a la vez se sintió venerado, ascendiendo inevitablemente por escalones sin recuerdos, plagados de amnesia y de frescura.

Gozaron sus inventarios sin pensar en ellos.
Se embarcaron en vuelos nocturnos sin regresos aparentes.
Se amaron más que a sus olvidos.
Fueron desesperación y transpiración.
De a ratos bailaron desnudos, riéndose hasta el dolor de sus lógicas y notorias imperfecciones.

El obsceno amanecer dictó la esperada sentencia, acompañando la última nota del último Blues de Koko Taylor.

El desayuno los invitó a destruirse en jirones, citando con lujos y detalles sus póstumos arqueos, exponiendo sin pudores fracasados balances y amarillos inventarios.

Nunca sabré si lo hicieron adrede. Mi viejo nunca me lo dijo. Lo cierto es que lo sigo viendo solo; de lunes a domingo, de cero a veinticuatro 


Del VI  Volumen Nacional de los Talleres Literarios de Editorial Dunken

Taller Literario Biblioteca Popular José A. Guisasola – 2009 - 

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