El 23 de Octubre: Cristina Nota de Opinión

Un Voto Desprovisto de Prejuicios


Antes que nada debo asumir mi orfandad peronista, aclarando que dicha responsabilidad no le cabe de modo exclusivo al Movimiento. No lo fui, no lo soy, y considero que muy difícilmente llegará el día que lo sea. Simpatizo con gran parte de su historia reivindicativa, me atraen algunos de sus más notables artistas y pensadores, siento un estímulo vibrante y emotivo ante cada oportunidad en que releo los párrafos de Mi Mensaje. Tengo claro que el Justicialismo fue una respuesta ante la ignominia, fue construido por personas que sufrían, apartadas por un sistema que los despreciaba y no por dogmatismos; que vieron en su líder la figura indiscutida que los acercaba a la dignidad. No entender, no aceptar lo que significó el Peronismo en nuestra historia es no intentar involucrarse con nuestras más sensibles raíces culturales; esa cultura invisibilizada desde 1852, que supo encontrar cierta pureza popular durante el Yrigoyenismo pero que fue rápidamente cercenada, sin miramientos ni eufemismos, por una clase dominante y darwiniana que jamás accederá a compartir equitativamente sus supuestos y sospechosos privilegios naturales.
Hablo de nuestra cultura profunda, de la identidad de las manos ajadas y los ojos llorosos por el frío del peón que se encontró, en cierta mañana cualquiera, con un Estatuto que atendía sus penurias; hablo de los límites a la explotación del hombre por el hombre reinterpretando a la sociedad como un todo íntegro y no absurdamente segmentada entre propietarios y proletarios.
Generacionalmente no tuve la suerte de vivir la mejor faz de su desarrollo político. Sus mejores hombres habían caído en la lucha contra la proscripción y las dictaduras, sea en el exilio o en el cadalso. Su refundación contó con años de contradicciones con las cuales todavía tiene que lidiar y dar las explicaciones históricas correspondientes. El enorme poder de su impronta popular hizo que en muchas ocasiones se acercarán al movimiento sujetos ideológicos que lejos estaban de expresar aquellos paradigmas industrialistas y desarrollistas fundacionales; aliados ciertamente llamativos, propiciadores de la flexibilización laboral y el desempleo, de modo regular el costo de la mano de obra (siempre la de otros, nunca la de ellos) que no diluyeran las extraordinarias ganancias que el sistema de comercio internacional propone.
Tal vez, mi no-definición a favor del peronismo radique en mi propia experiencia de vida. La idea de la amnistía como plataforma electoral en 1983, el neoliberalismo durante la década de los noventa, las sucesivas devaluaciones y pesificaciones permitiendo transferencias de fondos descomunales desde lo sectores menos favorecidos hacia los más poderosos marcaron desconfianzas que, por ahora, no se logran aplacar.
Poco me detengo en las permanentes y generalizadas acusaciones de corrupción. Todos los movimientos populares han sido multiacusados y muy poco es lo que se ha develado probadamente. El propio Yrigoyen y hasta el mismo Illia debieron aceptar tardías disculpas. Una forma más de hacer política, un elemento más de proyección, un síntoma más de las conductas que algunos sostendrían si fueran poder. Entiendo a la corrupción y a la corruptela como una mal endémico de nuestra sociedad y no como parte esencial, ni del peronismo ni el de ninguna otra fuerza opositora. En cualquier pequeño distrito, dentro de la estructura estatal, en el ámbito privado, en los medios de comunicación audiovisual, en nuestra vida cotidiana, solemos advertir una cosmética de absoluto desprecio por las normas y las leyes, amparada por cierta victimización y a la vez, culposa justificación. Un sofisma que suele exhibirse y en el cual debemos poner suma atención crítica es la aseveración que determinadas decisiones políticas constituyen per-se un evento viciado simplemente porque afectan algún interés específico. Por ejemplo la estatización de los fondos de pensión, los planes de asistencia social, o el comercio puntual con alguna determinada Nación. Una decisión política, justamente por el hecho de serlo siempre afecta, y dicho impacto va a tener un correlato plausible de ser analizado y no de ser estigmatizado bajo el prisma del desprecio y la ruin imputación propagandística.

Dicho esto votaré por Cristina, no por peronista sino por Argentino. Un Nacional que ve un país mucho mejor y más activo que el recibido, un tipo que desea fervientemente que sus compatriotas sientan que la Nación existe, que los contiene y los asiste amablemente. Porque creo que nadie ha leído ni expresado mejor que tras cada necesidad existe un derecho, y que para revertir determinadas situaciones es necesario tomar decisiones valientes, innovadoras, creativas, en todos los campos sociales.
Cristina Fernández y el extinto ex presidente Néstor Kirchner han sido vituperados e insultados hasta los límites de lo que una persona puede aceptar. Aún en la muerte no hubo piedad ni humanismo por parte de un establishment que no permite intrusiones ni recortes solidarios.
En escritos anteriores he detallado la gran cantidad de medidas que modificaron buenamente la vida de los sectores más castigados desde el Rodrigazo hasta la Pesificación Asimétrica, omito entonces dicha nómina para no pecar de publicista. Quiero decir que con ambas gestiones POLÍTICAS, me reencontré con las ideas del Yrigoyenismo pueblo, volvió a tomar cuerpo la FORJA de Jauretche, Manzi y Scalabrini, se han desempolvado los textos de Hernández Arregui, de Coocke, comenzaron a tener historicidad y respeto los martirios de Dorrego, José Font, Felipe Vallese, Juan Maciel, Costa, Vera, Navarro, Ortega Peña, Agustín Tosco, Héctor Oesterheld, Paco Urondo, Carlos Mujica, de los muertos cuando los bombardeos de la Plaza de Mayo, de Valle y sus compañeros fusilados, de nuestras treinta mil almas pensantes y de tantos otros que por ideales y militancia entregaron, a lo largo de la historia, lo máximo, el único capital verdadero e indivisible que se tiene : La Vida.
Pude entonces y desde mi progresismo de izquierda desgolirizarme a través de la visualización real de la sociedad, entendiendo que los paradigmas de aquel 1945 siguen vigentes, debido a que hubo una interrupción casi caníbal propiciada por un odio de clase que todavía tiene mojones de poder inescrutables.
Al igual que en el año 2007 mi voto no es por oposición, no resulta de una evaluación que propone el mal menor como instancia de máxima. Es un voto positivo, es un voto convencido, es un voto a satisfacción y con compromiso, para salir a bancar los trapos, de ser necesario, cuando la cosa viene difícil de sostener, porque el objetivo a alcanzar contiene grandezas inusuales para nuestra miserable contemporaneidad universal. En un mundo que achica beneficios colectivos, nuestro ejecutivo nacional extiende la mesa para que más y más invitados se acerquen a compartir momentos y sentidos.
Cristina arriesga, y lo hace todos los días de su vida con sus decisiones políticas, asumiendo que la tergiversación está a la vuelta de cada esquina, que la impostura, la degradación y el insulto forman la base del acervo cotidiano por parte del establishment dominante y sus esbirros, cooptados por esa suerte de feudalismo corporativo que responde cual fundamentalistas a una religión de fe mercantilista que marca una agenda, a veces concreta, a veces siniestra, en su mayoría ficticia.
Cristina, junto a Néstor, puso en marcha un proyecto democrático de país, y debido a su esencia popular, discutible, perfectible, debatible, nunca monotemático, siempre abierto y susceptible de ser escrutado. Nuestra realidad marca que todo está sujeto al análisis, lo que provoca automáticamente una toma de posición, desenmascaramientos ciertamente incómodos para aquellos que desearon y se esmeraron por imponer una historia conveniente, plagada de silencios e hipocresías.
Cristina Fernández es una estadista, cuya elevada intelectualidad, lamentablemente no se corresponde con la llanura de sus competidores, obsoletos librecambistas de posiciones, no de ideas, buscadores de argumentos en las editoriales de los medios dominantes, asumiendo que sus trocables principios guardan jerarquía en función del ocasional interlocutor. Alguna vez mencioné que en estos ochos años, nuestro ejecutivo Nacional hizo lo que pudo de acuerdo a su capacidad e inteligencia, hoy me animo a afirmar que sus realizaciones concretas sobrepasaron sus intencionalidades posibles, se impusieron a los permisos dispensados; cientos de obras y medidas nunca hubieran tomado vuelo de no ser por el enorme convencimiento político y su correlato en la toma de decisiones. Como dato no debemos olvidar que en el corriente año está administrando la Nación sin presupuesto por obra, gracia y gentileza política de nuestro heterogéneo e irresponsable Congreso Nacional.
Soy de los que apuestan a la alternancia individual y colectiva. No miro con buenos ojos esa sospechosa intencionalidad de permanencia tan característica en el político argentino, pero necesariamente dicha alternancia debe poseer un correlato superador, no sólo en lo ideológico sino también en los proyectos y sus consecuencias sociales. Imaginemos por un rato que dicha obligatoriedad de alternancia nos es impuesta por los amantes de un sistema feudal, o por los admiradores del nacionalsocialismo, o por los sostenedores del modelo que desembocó en la coyuntura más extraordinariamente siniestra que tuvo nuestra Nación en el año 2001. Dicha alternancia debe entender que nada de lo obtenido como beneficio colectivo debe retrotraer sus pasos, en todo caso acentuar y mejorar determinadas variables no completadas aún. Por ejemplo, la decisión política del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de haberle quitado diez millones de dólares al presupuesto del Hospital Garraham habla por sí de un modelo en donde el gasto social es visto como variable de ajuste.
Alternancia y superación en función de un proyecto de País incluye a la idea de Nación que tengamos. Si nos encontramos con proyectos alternos que frenan nuestras humanas aspiraciones por una patria equitativa y justa nos dejan sin opción para efectivizar ese legítimo deseo de cambio positivo.
Veo en Cristina y en el modelo que encabeza, ese espíritu de avance permanente que no observo en las demás propuesta políticas, veo en nuestra Presidenta el coraje cívico y democrático para exponer ante la sociedad debates hasta hoy invisibilizados y por ende no pensados, veo en el Kirchnerismo un estado de superación permanente de la problemática social que hace a la verdadera alternancia real. Nada se observa con prisma conservador, aún lo pensado se continúa pensando, se persevera escrutando. Como dijo Cristina en algún viejo reportaje se “Gestiona con gente adentro”, se administra teniendo en cuenta la humanidad del universo al que afecta, y no como meras variables susceptibles de ser globalizadas.
El Kirchnerismo, en el año 2003, ordenó un desquicio colectivo que se llamaba Argentina, que llenaba de honores a periodistas y empresarios inescrupulosos, entusiastas del que cuanto peor, mejor. Comunicadores que ejercían y siguen ejerciendo una suerte de foquismo destructivo, tipos que suponen estar al margen de un colectivo social, que deben sospechar y sentenciar por fuera de la justicia misma, que se creen con derecho natural a un relato indiscutible, no debatible, ciertamente dictatorial.
Al igual que en Agosto, en Octubre votaré a una Política y a un proyecto con mayúsculas, alguien por la cual siento orgullo, alguien que me asegura política, entendiendo que la política no es sólo un asunto de erudición, una persona cuya mayor sensibilidad radica en la comprensión de los fenómenos que impactan y afectan al tangible complejo que constituye la totalidad de un pueblo.

Comentarios

  1. Semejante declaración debería acompañarse con"La Cabalgata De Las Valkirias",por lo menos.

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  2. Discrepo totalmente con el comentario de Moscón, un miope que no tuvo argumentos para refutar este artículo y por lo tanto lo vincula al nazismo, craso error. Pero si me permite, quiero discrepar con lo del "merecido homenaje" a Alfonsín. No puedo encontrar tres razones válidas para que me convezcan de que ese sujeto fue un buen presidente,siendo él que no reprimió a los carapintadas, inventó un corralito o un empréstito forzoso en 1985, y su opus magna, el Pacto de Olivos,que permitió que el Sultán se quedara cuatro años más...

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  3. Amigo German

    Puntualmente estoy de acuerdo con usted. De hecho yo fui uno de los tantos que se fueron de la Plaza de Mayo junto a las columnas del PI aquel 26 de Abril de 1985 cuando anunció la economía de guerra mientras los fachos sembraban de amenazas a los colegios de la colectividad judía.
    Creo que el término merecido radica en la valoración que tengo de un tipo que le tocó pilotear la tormenta sin cuadros políticos y con una sociedad muy poco acostumbrada a la democracia. Observo aquel momento histórico político como muy complejo. La civilidad cómplice del período anterior estaba muy consolidada y el peronismo en plena etapa de reorganización y disputa interna luego de la derrota. Después vamos a estar de acuerdo en todo. Lo que trato es de vislumbrar no sólo lo que hizo o lo que no hizo sino el lugar y el momento en el cual le tocó actuar.
    Si se quiere no es una definición política de Alfonsín, sino una definición histórica.

    un abrazo
    Gustavo Sala

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  4. Es un asunto harto complejo hablar de Alfonsín, reconozco que le tocó una jodida pero respetó demasiado a sus enemigos, ojo, no hablo de que los tenía que haber eliminado, pero los respetó en demasía. Políticamente fue un desastre, no supo generar un poder que excediera de su retórica, atrayente para muchos. Creo, a pesar de mi poca edad, que es un personaje muy sobrevalorado.
    Un abrazo,
    Germán

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