César Aira 23 de Febrero de 1949 - Coronel Pringles

César Aira

23 de Febrero de 1949 - Coronel Pringles


José María Guelbenzú, en la contratapa de Una novela china, sentenció que la literatura de César Aira es capaz de sanar al lector más enfermo de vulgaridades y de divertir al más exigente. Breve y precisa definición, a mi entender, sobre el escritor contemporáneo más importante de nuestras letras. Privarse de su lectura es en buena medida una suerte de autoflagelación intelectual, es desechar una propuesta única y enriquecedora, es omitir uno de los grandes sucesos que nos ofrece la cultura. En lo personal ingresé a su mundo a través de El tilo, maravilloso fresco que pinta a su Coronel Pringles, ciertamente propio y secretamente existencial, sin que nada le sobre, sin que nada le falte; estupenda síntesis de una gran obra. Conmovido por su prosa y su imaginación continué mi derrotero recorriendo los senderos de Las conversaciones, Cómo me hice monja, La costurera y el viento, La cena, Copi, el escribiente y Una novela china, entendiendo, empíricamente, su excelsa definición sobre la buena literatura: “El arte de la narración decae en la medida en que incorpora la explicación”. Por eso en su narrativa observamos guiños que nos proponen, sin intermediarios, el sano ejercicio creativo que el propio lector debe incorporar y asumir en directa relación con el escritor. Por suerte el camino continúa, a su enorme calidad se le suma un espíritu prolífico de notoria singularidad. Sospecho que, como lectores entusiastas de su obra, siempre nos quedará algo pendiente. Y hasta se me ocurre inferir que está muy bien que así sea. César Aira es un camino, utópico y provocativo, sensible e inteligente.
Propongo a continuación párrafos escogidos al azar, desordenadas construcciones con las cuales tropecé, en donde el arte y la narración conforman un evento supremo, mágico, que nos excede buenamente, que con complejidad y exquisito altruismo nos mejora...

  • Una historia, cualquiera, se desvanece, pero la vida que ha sido rozada por esa historia queda por toda la eternidad.
  • El instante también tiene su eternidad.
  • Y no somos sino eso, el estruendo de un estallido, que por momentos casi podría confundirse con el ruido de una carcajada.
  • El olvido es un trabajo violento y delicado, nunca hace daño a nadie, salvo alguna susceptibilidad muy tensa.
  • El olvido es como una gran alquimia sin secretos, límpida, transforma todo el presente.
  • Emprendió el trabajo de convencerme de mi error, o de persuadirme él de que yo había sido su error.
  • De cualquier modo, su actividad era distraída, y parecía depender de las fatalidades de un capricho. No era un hombre establecido, si es que eso quería decir algo.
  • Creo que viajar no vale la pena si uno no lleva consigo su vida. Uno viaja, se va del otro lado del mundo, pero deja su vida en esa casa, guardada y lista para recuperarla a la vuelta. Salvo que cuando uno está lejos se pregunte si por casualidad no habrá traído su vida consigo, sin querer, y que allá no haya quedado nada. Basta con la duda para crear un miedo atroz, insoportable, sobre todo porque es un miedo a nada, una melancolía.
  • El respeto a las formas no es tanto la conservación de lo mismo como la observancia del ritmo con que lo mismo adopta formas diversas.
  • En un sentido u otro, nuestra conclusión será incomunicable, por cuanto la comprensión misma es incomunicable.
  • Mis padres eran gente realista, enemiga de las fantasías. Todo lo juzgaban por el trabajo, su patrón universal para medir al prójimo. Todo lo demás se inclinaba hacia ese criterio. En las conversaciones familiares, en mi casa, era habitual pasar revista a los méritos de los vecinos y conocidos utilizando ese excluyente parámetro. El misterio era parte del juicio, porque mis padres, por realistas, no podían ignorar que las recompensas del trabajo eran caprichosas, con demasiada frecuencia inmerecidas.
  • Estaba en el punto preciso de la neutralidad: lo anticuado ya no era signo de riqueza como antaño, y todavía no era señal de atraso como seguramente lo sería dentro de pocos años. Ese frágil equilibrio era la señal más patente de que el país había entrado al fin en la Historia.
  • Han pasado tantos años que ya debe ser martes.
  • La vida no tiene demasiada importancia y, sin embargo, con ella se puede hacer algo sumamente atrevido.
  • La historia es mucho más rápida que la vida y no se puede esperar que crezca un árbol con el reloj en la mano.
  • Yo busco al olvido como una locura de arte. Lo persigo como el pago inmerecido del hastío y nostalgias.
  • No ser Argentino es precipitarse en la nada... y eso a nadie le gusta.
  • Qué otra función tiene el tiempo, si no es devolver lo mismo, pero renovado y multiplicado, más intenso.
  • Hay horas más tardías.
  • La luna, se dijo, debería mirarse de muy de cerca, nunca de muy lejos; incluso lo demasiado cercano es preferible a lo lejano. La observación lejana es apenas un punto de partida: nunca es demasiado pronto para interrumpirla. De otro modo, uno corre el peligro de pasarse la vida en el entretenimiento supremamente estéril de contemplar paisajes. La contemplación lejana obstruía al pensamiento, que es sinónimo de la contemplación cercana.
  • En su estupidez inmensa no se daba cuenta de que la malevolencia, al repetirse, pierde todo efecto.
  • El bosque, como todos los bosques, era un laberinto óptico de certezas y vacilaciones imprevisibles.


                         

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