ABUELAS - Nota de Opinión

La Verdad como Eufemismo




34 años de Abuelas


Más de cuarenta años pasaron hasta que pudimos conocer los eventos ocurridos cuando las huelgas de obreros y jornaleros en la Patagonia. Otro tanto pasó para que la mayoría de los responsables de la más sangrienta dictadura cívico-militar se apersonaran ante los estrados judiciales para someter a proceso sus conductas delictivas. La verdad no suele contar con adeptos y entusiastas, y menos aún con deseos de celeridad, a pesar de ser tan reclamada en los foros comunicacionales. La verdad suele incomodar cuando el poder tiene la pretensión de imponer su relato asumiendo el mismo como la única argumentación posible. La verdad y su dibujo conveniente, equilibrado, sospechosamente racional, no conflictivo.
El caso de los hijos adoptivos, durante la dictadura militar, de la dueña del multimedio Clarín y la causa de Papel Prensa constituyen dos mojones inescrutables de lo antedicho.
Llamativamente los portavoces del Monopolio cuentan con un legajo siniestro, sus agentes de propaganda trabajan bajo trincheras fundamentalistas que contienen mayor afinidad con los personeros de la negra noche militar que con las instituciones democráticas que intentan poner blanco sobre negro con respecto a nuestra historia reciente.
Durante muchos años cierta lavativa formó parte de un deber ser. Desde las páginas y las pantallas del medio dominante el tema de las apropiaciones figuró bajo el prisma del dolor a partir del presente, con música de fondo por supuesto, y no como consecuencia de los sucesos del pasado. Ese pretérito disimulado contenía acciones propias, puntuales e interesadas, que colaboraron de modo taxativo para que aquella dictadura desarrollara, por completo, sus siniestros talentos. Tomarse el trabajo y hacer un repaso de sus artículos de aquella época relevan al presente escrito de toda redundante descripción.
La secuencia de acontecimientos que pretende asociar negativamente al Gobierno Nacional con determinadas resoluciones judiciales no hace otra cosa que proponernos una suerte de visión maquiavélica con respecto a cómo se resuelven los conflictos jurídicos dentro de una sociedad. En la actualidad conocemos sobre aquellos eventos patagónicos, sabemos de la cruel matanza durante la Semana Trágica, tenemos claro los asesinatos de Maciel, Costa, Vera y Navarro; en ninguno de los casos citados la justicia se expidió en cuanto a la responsabilidades materiales y políticas de dichos homicidios.
Es muy probable que con la adopción probadamente oscura de los hermanos Herrera Noble ocurra lo mismo. Quedará la duda en los anales de la historia, y el inconsciente colectivo asumirá que contra el poderoso es muy poco lo que se puede hacer. No es para nada gratificante que la sociedad acepte que la justicia se levanta el velo, que atiende según la cara del cliente, que se instala como aura protectora de intereses específicos.
Creo que ya no quedan dudas en donde descansa el poder real y menos aún de la connivencia civil de aquel entonces, en todos los campos sociales. Las corporaciones cuentan con herramientas y gestores que hacen a la diferencia, para obtener información, para atrasar una pericia, para embarrar la cancha o despejarla según lo considere apropiado, para disponer de tiempos y momentos políticos que impacten de acuerdo a sus conveniencias y placeres.
Dentro de ese panorama la verdad sigue siendo una convidada de piedra, el poder continua colocando sus intereses por sobre ella y verificando que nadie se escandaliza hasta que la mencionada operatoria les causa algún tipo de escozor.
Al igual que con la ley de medios audiovisuales, la causa Noble Herrera ha limpiado maquillajes, le ha otorgado profundidad a la acción y a la palabra. Nuevamente desenmascaró a los que durante años utilizaron a los derechos humanos como proyecto de profesión a largo plazo y nunca como sano objetivo de esclarecimiento. (Lanata, Ruiz Guiñazú, Eliascheff, Castro, entre otros)

Las Abuelas y su dignidad seguirán trabajando, asumiendo que en rigor, el poder de entonces sigue vigente en las letras de los comunicadores (espontáneos o comprados, lo mismo da), en la ignominia de ciertos magistrados, en la precoz eyaculación publicitaria de los esbirros colonizados, en los políticos que suponen que sin el apoyo de las corporaciones mediáticas dominantes no se puede gobernar.

La historia del campo popular ha sufrido más derrotas que victorias. En su camposanto descansan más muertos sin velar ni identificar, que deudas saldadas. Aún así, la lucha continúa, y habrá nuevas derrotas que soportar (a pesar de lo obvio Papel Prensa será una ellas en otro momento político oportuno) y que servirán de plataforma política a una pléyade de impresentables que pretenden proponernos una sociedad con la más cruel de las segmentaciones y que tienen la suficiente capacidad operativa para transformar la historia en un argumento propio, con sentido particular, para exponerla solamente cuando la coyuntura sea considerada de suma utilidad.







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